¡Nuestro Dios es grande, se acuerda de su alianza eternamente! Queridos Sr. Obispo Auxiliar, sacerdotes, miembros de Vida Consagrada y laicos de la Iglesia Compostelana. Os saludo a todos con gran afecto y os agradezco vuestro esfuerzo, manifestando vuestro amor a nuestra Iglesia compostelana y vuestra respuesta generosa al comienzo del Sínodo. Hermanos y hermanas en el Señor.
Reunidos en nuestra Catedral, en torno a María como lo hicieron los apóstoles de Jesús en el Cenáculo, pedimos la fuerza, el gozo y la luz del Espíritu Santo que nos ha de guiar en el camino del Sínodo Diocesano. La Virgen María, en la providencia de Dios, es un ejemplo vivo de nuestra incorporación a Cristo Jesús por la fe vivida con todas sus consecuencias. “Mas bienaventurados aún quienes escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”, dijo Jesús que cuando interpretaba así el elogio mariano de aquella mujer anónima, refrendaba toda la grandeza sobrenatural de su Madre por la singularidad de su fe, significativamente viva y operante en la aceptación del misterio de la gracia, más allá del sentimentalismo superficial o mentalidad puramente humana y materialista que aquel elogio encerraba aún con la mejor intención.
Desde esta fe recibida y desde la gracia dada, agradecemos a Dios todo lo que nos ha concedido en nuestra historia diocesana, afrontando ahora los nuevos retos que se nos presentan, renovando todo lo que sea necesario para responder a los interrogantes de quienes nos rodean y poniendo a la Iglesia diocesana en actitud de salida, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. No debemos hacer de la fe una planta de invernadero. La fe es compromiso y promesa.
El Sínodo es un tiempo de conversión personal para todos los diocesanos. La conversión implica arriesgar y, abandonando nostalgias, vivir en esperanza, desprendernos de pesimismos, y a la vez, renunciar a nuestras seguridades. Es nacer de nuevo para ver el reino de Dios (cfr. Jn 3, 3) Exige vaciarnos de autosuficiencia para compartir la esperanza con quienes profesamos la misma fe, y nos libera para la misión. En cualquier lugar y situación, renovemos nuestro encuentro personal con Jesucristo o, al menos, dejémonos encontrar por Él. Quien de verdad ha encontrado a Cristo y a sus hermanos, no regresa a su vida cotidiana por el mismo camino (cfr. Mt 2, 12). Esta actitud nos lleva a ensanchar el espacio de nuestra tienda para que los hombres y las mujeres de hoy se sientan acogidos y acompañados en su soledad. Es el Espíritu del Señor quien nos libera de nuestras inercias personales y colectivas, para ser fermento de humanidad en una sociedad que necesita escuchar de nuevo estas palabras de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19)1.
Se nos llama a renovar nuestra comunidad diocesana en comunión, conscientes de que todos los miembros del Pueblo de Dios, cada uno a su modo, participan del triple “oficio” de Cristo, como sacerdote, profeta y rey. Nuestra Diócesis debe discernir Icon audacia y creatividad, con generosidad y valentía en qué medida nuestras actitudes personales, métodos evangelizadores, estructuras, y organismos diocesanos le acercan o alejan de su misión. En este proceso, encontraremos algunas respuestas y lo que es aún más importante, nos haremos preguntas hasta ahora no formuladas, llegando a la raíz y no quedándonos en las hojas de este árbol que es la Iglesia diocesana. La comunión va más allá de una natural simpatía o una espontánea colaboración de unos con otros.
Es fruto de la obediencia al Espíritu de Jesús, vivida como ascesis y artesanía diaria.
Habemos de poñernos en camiño para responder á urxencia da Nova Evanxelización aquí e agora. Cristo quere necesitar a nosa axuda para ser a Luz que posta no alto da casa ilumine o fragmento da nosa historia diocesana e o exercicio da nosa misión pastoral. Unha nova Evanxelización propiciará que a nosa Igrexa particular viva unha primavera que dea froito ao seu debido tempo, transformando o deserto en campo fértil e contribuíndo a que a máis insignificante das sementes aínda estando baixo terra, e aparentemente sen vida, chegue a ser árbore onde se acubillen as aves do ceo. Quenes se afastaron caladamente da Igrexa, esperan o noso testemuño e a nosa invitación para volver a ela.
A todo isto convócovos co ánimo que nos dá o testemuño do Apóstolo Santiago. A nosa Igrexa diocesana está a vivir a transición cara a unha nova realidade que é necesario acompañar desde o Evanxeo. Confío en que o Sínodo nos axude a discernir o esencial do superfluo, a descubrir en caridade as nosas feridas, e en comuñón as solucións, sendo humildes e sinceros, para estar avaliándonos e purificándonos en forma constante de tal xeito que a nosa vida sexa: da verdade na caridade, do diálogo na comuñón, do amor sincero e leal como primeira e fundamental verdade, que é o camiño da Igrexa, a nosa Nai e Mestra. Por estraño que vos pareza, quen é o responsable de toda a pastoral diocesana, é ao mesmo tempo o que máis vos necesita a todos para o desempeño da súa tarefa, pedindo a vosa oración ante a misericordia de Deus. Superar o individualismo e o conformismo gregario, intégranos respectándonos con sentido de harmonía. Como di Santo Ireneo de Lyon: “A harmonía dos irmáns é melodía aos oídos de Deus”.
Preguntámonos: Igrexa compostelá que dis de ti mesma e que rostro estamos a ofrecer os que a formamos na fe aos homes e mulleres do século vinte e un? O papa Francisco dinos: “Soño cunha opción misioneira capaz de transformalo todo, para que os costumes, os estilos, os horarios, a linguaxe e toda estrutura eclesial se converta nunha canle adecuada para a evanxelización do mundo actual máis que para a autopreservación. A saída misioneira é o paradigma de toda a Igrexa”. Pídenos a comuñón na totalidade como superación das diferenzas, a paciencia á hora de primar procesos e administrar tempos pastorais, o primado do kerigma evanxélico e o retorno á máis sa tradición eclesial que en nós atopa o referente do apóstolo Santiago. Discernir, dialogar e integrar son as claves coa linguaxe da misericordia. Que Santa María camiñe connosco, sabendo que Deus nos axuda e o Apóstolo Santiago.