Excmo. Sr. Delegado Regio
Queridos Hermanos en el Episcopado
Excmo. Cabildo Metropolitano
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Queridos sacerdotes, Vida Consagrada y laicos
Representantes de las Órdenes Militares
Miembros de la Archicofradía del Apóstol Santiago
Televidentes y Radioyentes
Peregrinos llegados a Santiago en estos días
La celebración del martirio del apóstol Santiago el Mayor nos lleva a mirar interiormente más allá de las apariencias para hacer de nuestra existencia una vida digna conforme a Cristo. Veneramos al Apóstol e imploramos su patrocinio, necesitados de vivir la filiación con Dios Padre y la fraternidad con los demás.
Mientras muchas personas se adherían a la comunidad cristiana, Herodes quiere hacer silenciar a la Iglesia naciente en Jerusalén y manda degollar a Santiago. Es el afán de tantos que en la historia, quieren instalar al hombre en la finitud humana desde la que se relativiza “la belleza de la verdad, la fuerza liberadora del amor de Dios, el valor de la fidelidad incondicionada a todas las exigencias de la ley del Señor, incluso en las circunstancias más difíciles”. En el martirio del Apóstol descubrimos que donde el amor perdura, la muerte es vencida definitivamente. Ante la llamada de Jesús, Santiago dejó la barca de sus intereses personales y lo siguió haciendo propia la aventura humana y espiritual del Maestro para anunciar el Evangelio. Mostró pronta disponibilidad, dejando seguridades humanas y presunciones ilusorias, y dando testimonio hasta el sacrificio supremo de su vida. Fue el primero de los apóstoles en beber el cáliz de la pasión. Tempranamente entendió que no era la hora de especular si estar a la derecha o la izquierda del Señor sino la de participar en su misma suerte.
“Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos” (2 Cor 4,13), dice el apóstol Pablo. En esta solemnidad os invito a hacer una confesión de fe apostólica que da sentido a nuestra vida, nos abre a Dios desde lo que somos, y acompaña nuestros pasos en la historia. Es un tesoro que “llevamos en vasijas de barro, para que sea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2 Cor 4,7). La percepción equivocada de vivir en un mundo que parece ser del todo obra humana, nos dificulta descubrir la presencia y la bondad de Dios Creador. Es preciso vivir y pensar la fe resistiendo a la dictadura del espíritu de la época que pretende “prescindir de Dios en la visión y valoración del mundo, en la imagen que hombre tiene de sí mismo, del origen y término de su existencia, de las normas y objetivos de sus actividades personales y sociales”1. “La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin la fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda”2. Creer no es un asentimiento a un proyecto exento de interrogantes, sino que es fiarse de Dios, y poner la vida en sus manos. “Cuando el hombre se olvida, pospone o rechaza a Dios, quiebra el sentido auténtico de sus más profundas aspiraciones, altera desde la raíz la verdadera interpretación de la vida humana y del mundo”, y todo parece provisional: el amor, el matrimonio, los compromisos profesionales y cívicos, toda normativa ética. Quien cree se sabe aceptado por Dios, se acepta a sí mismo y acepta a los demás. Es verdad que creer no es avanzar en la serena luminosidad del día: se cree no a pesar de los escándalos sino desafiados por éstos, viviendo el encuentro con Dios en la oración y la escucha de su Palabra revelada, y aceptando la cruz del seguimiento de Cristo.
“El hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). No se gana la vida sino es poniéndola al servicio de los demás y haciéndose colaborador de su alegría. El prójimo sea de donde sea, es aquel de quien cada uno es responsable, reconociéndolo y aceptándolo. En esto se fundamenta la libertad que es la capacidad de realizar el proyecto de Dios sobre el hombre y el mundo y no una fuerza autónoma de autoafirmación, con frecuencia insolidaria, en orden a lograr el propio bienestar egoísta. Nuestra libertad se fortalece cuando está enraizada en la verdad del hombre, afrontando los retos de los tiempos desde la fe. No es fácil. “Bienaventurados vosotros cuando os odien y os excluyan y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre” (Lc 6,23).
En la solemnidad del Patrono de España, recordamos los principios espirituales, morales y culturales, haciendo memoria de Jesucristo resucitado de entre los muertos. Cuando hemos alcanzado tantas cosas buenas que nunca habíamos logrado, en España y en Europa, no debemos olvidar el legado de nuestra historia que junto a aspectos negativos que hay que erradicar, nos ofrece valores e ideales suficientes y necesarios para la construcción de una sociedad solidaria y esperanzada, con vocación de unidad en el respeto a las propias identidades. No se puede construir lo propio sin velar por el prójimo. La historia espiritual y moral de Europa en torno a la memoria de Santiago ofrece más elementos comunes para construir una auténtica comunidad que elementos divergentes o contrarios entre sí, conscientes de una pluralidad compleja más allá de un pluralismo irreconciliable. Se nos llama a recuperar la centralidad de la dimensión religiosa en la vida. Marginar a Dios no libera al hombre. La vida se oscurece si no se abre a Dios en quien se fundamenta nuestra dignidad y libertad. El testimonio del apóstol Santiago nos indica que podemos vencer el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza cristiana, y la indiferencia con el amor, superando nuestros deseos desordenados y siguiendo como Santiago a Cristo, “camino, verdad y vida”. La crisis de la conciencia y vida moral está afectando a las costumbres y principios inspiradores de la conducta moral y generando desconfianza. Fiarnos de Dios es recuperar la confianza, superando todo relativismo. Valoremos “todo lo que verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (cf Fil 4,8), palabras con que el apóstol Pablo nos invita a integrar la virtud en nuestra vida como camino a la felicidad.
Sr. Oferente, con confianza acollo a vosa ofrenda para poñela no Altar. Apóstolo Santiago, asiste e protexe ao Papa Francisco e á Igrexa que peregrina en España para que nos manteñamos fieis a Cristo. Pídoche polos froitos da Terceira Asemblea Nacional da Acción Católica Xeral na nosa Diocese. Encomendo coa túa intercesión a todos os pobos de España, de xeito especial ao pobo galego, ás familias para que vivan a ledicia do amor, axudando ás xeracións máis mozos a construír unha sociedade polo camiño da esperanza. Amigo do Señor, lembro con afecto e na oración a quenes outros anos celebraban esta festa connosco e que o Señor chamou a súa presenza, confiando que gocen xa da felicidade eterna. Ninguén de nós pode esquecer esa sombra de dor que nas vésperas da túa festa de hai catro anos estendeuse na cidade polo accidente ferroviario. Lembro tamén ás persoas que morreron polas consecuencias do terrorismo ou por calquera forma de violencia sempre irracional. Intercede polos nosos gobernantes para que saiban encontrar, en diálogo sereno e respectuoso coa verdade, solucións aos problemas políticos, sociais e culturais; e por todas aquelas persoas que están ofrecendo os seus mellores esforzos para responder ás esixencias do ben común. Co teu patrocinio, Santo Apóstolo, pido que o Señor bendiga ás súas Maxestades e á Familia Real, e tamén á Vosa Excelencia, Sr. Oferente, a súa familia e aos seus colaboradores.
También nosotros hoy como los primeros peregrinos te decimos: “Santísimo Apóstol Santiago, fervorosamente ruega a Cristo por la salvación de todo el pueblo, tú, que socorres a los que están en peligro y te invocan; tanto en el mar como en la tierra, socórrenos ahora y en la hora del peligro de la muerte”. Amén.
1 Conferencia Episcopal Española, Orientaciones morales ante la situación actual de España. Instrucción Pastoral, Madrid2006, 8.
2 BENEDICTO XVI, Carta Apostólica “Porta fidei”, 14.