Majestades, Princesa, Infanta
Autoridades eclesiásticas, civiles, políticas y militares
Sacerdotes, Vida Consagrada y laicos
Miembros de la Archicofradía del Apóstol Santiago
Peregrinos. Televidentes y Radioyentes.
El Año Santo es tiempo de sanación, de curación y de gracia para fortalecer la fe, avivar la esperanza y vivir la caridad personal y socialmente. Son numerosos los peregrinos niños, jóvenes, adultos y ancianos que atraídos por el testimonio del Apóstol Santiago, dejan sobre sus hombros las inquietudes y esperanzas.
¡Muchas gracias, Majestades, Princesa e Infanta por venir a presentar la Ofrenda al Apóstol! La solemnidad del Patrono de España nos recuerda que el cristianismo es realidad de vida en Cristo que configura nuestra identidad cristiana. Agobiados por preocupaciones y fascinados por eslóganes publicitarios, no encontramos tiempo para preguntarnos sobre lo importante en nuestra vida. Es necesaria la reflexión que procede de un trasfondo religioso y que recoge siglos de experiencia y de sabiduría. Llenar nuestro vacío con lo inútil, arrancando las raíces de nuestro origen, es una pretensión vana que dificulta construir la ciudad de Dios sin anestesiar los hechos que molestan y borrarlos de nuestra mente. La historia del siglo XX y de estas décadas del siglo XXI nos lleva a preguntarnos: ¿Qué mundo es el nuestro para que tantas y tan hermosas cualidades se pierdan en él y el mal vaya desplazando el bien? El hombre en nuestros días se considera un náufrago en una isla desconocida, sin más apoyo que su problemático yo y a merced de la nada, pero el amor de Dios lleva al océano de la verdad y del bien que dan sentido a la existencia. El cristiano no está hecho para recluirse en su rincón, y resignarse a vivir encerrado en un fragmento de la realidad pues “la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad” (EG 10). El alma necesita la armonía en medio de lo inarmónico, fortaleciendo la esperanza de una renovación ética, moral y espiritual. “La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo”1. En la complejidad de la historia el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, siempre es el mismo. “Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin la gran esperanza que sostiene toda la vida”2. Somos imagen de Dios, “aun cuando esté quebrada por el pecado y con ella rota la brújula para buscar la verdad, discernir y realizar el bien, y admirar la belleza”3.
El Apóstol Santiago dio testimonio de que “en Cristo comienza, tiene sentido, orientación y cumplimiento toda la historia y en Él se ha dicho todo” (EiE, 6). Cuando el pesimismo nos deja sin horizonte y nos ausentamos de nuestras responsabilidades, recordemos que creemos y por eso hablamos “sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará”. Como los apóstoles hemos de anunciar el Evangelio y proclamar la Resurrección del Señor, que libera nuestro espíritu de la asfixia de la pura inmanencia. Y aunque se lo habían prohibido coartando su libertad replicarán “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29). Este es el fundamento de nuestra alegría “que nace del que se atreve, piensa y trabaja, no del que esquiva decisiones. La gloria de cada hombre y el destino de un país dependen del coraje de aquellos hombres y mujeres que desterrando la tristeza y cultivando la alegría se olvidan de sí mismos para pensar en el otro, en los otros y en Dios” (O. de Cardedal). En el espesor de la historia la revelación cristiana se ofrece como palabra de verdad y de salvación que posibilita el diálogo y el compromiso en la realización integral del hombre no olvidando la cruz de Cristo pues “mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (2Cor 4,11). Permitamos que por las grietas de nuestra condición humana entre la luz que viene de lo alto. Volver a Dios descubre que la verdad nos hace libres, y “la vida feliz es el gozo de la verdad”. Olvidar la dimensión trascendente dificulta salir de las indefiniciones y asumir las “consecuencias decisivas para el desarrollo de la persona humana y para la configuración de la sociedad en la verdad, el bien y la plenitud de felicidad y vida, más acá y más allá de la muerte”. El respeto por la dignidad de la persona desde su concepción hasta la muerte natural ha de ser la norma inspiradora del auténtico progreso social, económico, cultural y científico.
Desde hace más de dos mil años, el hombre tiene algo radicalmente nuevo, la perspectiva cristiana que nos lleva a mirar a la eternidad. Esta novedad liberadora acucia los ojos de nuestra alma para dar respuestas creíbles a nuestras preguntas, sin sustituir los ideales por las ideologías en el intento de liberar los asuntos humanos de la propia vulnerabilidad. Los cristianos hemos de afrontar los retos de la historia con la plenitud del amor, la fecundidad de la cruz y el espíritu de las Bienaventuranzas, viviendo la fe sin complejos ni disfraces, en escucha y en diálogo, en la normalidad de la vida orientada a Dios, superando tanta indiferencia.
Lo que cambia el mundo es la presencia de Dios que fortalece un proyecto de convivencia armónica y de concordia que siempre hace que las pequeñas cosas crezcan, para que las personas y los pueblos se sientan cercanos los unos a los otros, y nuestra unidad se enriquezca con la pluralidad que nos es propia. Esta conciencia nos “invita a purificar la memoria de las incomprensiones del pasado, a cultivar los valores comunes y a definir y respetar las diversidades sin renunciar a los principios cristianos” (GS 65). Colaboremos a humanizar nuestra convivencia, con los valores esenciales de la austeridad, el esfuerzo, la solidaridad y la caridad, “principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”. La cultura cristiana es una contracultura en esta sociedad compleja, mareante y contradictoria. Es necesario crear puntos luminosos de humanidad nueva con aquella forma originaria de vida que Jesús nos trajo. “El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor” (Mt 20,26) y “el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”, pues “todos los hombres y mujeres reciben su dignidad común y esencial de Dios”. Seamos responsables del contenido de nuestra fe en medio de la incertidumbre europea. “Si Europa debe seguir existiendo en el futuro, si el mundo aún necesita a Europa, ésta deberá mantener su entidad histórica determinada por la figura de Cristo. Más aún, debe convertirse con seriedad renovada, en lo que ella misma es, según su propia esencia. Si abandona ese núcleo, lo que aún perviva de ella no significará demasiado”. Nuestro mañana reflejará la esperanza de hoy.
Acollo a vosa ofrenda, Maxestades, encomendando á intercesión do Apóstolo Santiago a tódolos pobos de España e de xeito especial ó pobo galego, as persoas vítimas da violencia e das guerras en Ucraína e outros países, e que sofren as consecuencias físicas e morais. Que o desexo de paz en tódolos países do mundo se faga realidade. Oxalá que o único fume que voe as alturas sexa o do Botafumeiro. Nosa oración e solidariedade con quen perdeu a súa vida polos incendios forestais e as persoas que por esta causa perderon o seus bens. A deterioración da natureza aféctanos a todos. Pido polos que morreron no mar e polas súas familias. Teño presentes na oración os nosos gobernantes para que o Señor lles conceda fortaleza, xenerosidade e constancia na procura do ben común e da renovación ética e moral da nosa sociedade. Co patrocinio do Apóstolo, pido a bendición de Deus sobre as súas Maxestades e a Familia Real, sempre sensibles a todo o que afecta ó noso pobo. Deus nos axuda e tamén o Apóstolo Santiago.