La salud y el paro
Queridos diocesanos:
La reflexión en esta jornada necesariamente ha de considerar la salud de la persona en la que convergen el afecto, el trabajo y el descanso, vividos en unidad y equilibrio.
Encontrar trabajo y mantenerlo es una empresa cada vez más ardua, y esto hace que las personas sufran las consecuencias, repercutiendo en la salud de las personas como lo podemos verificar en las noticias de cada día. El objetivo del trabajo es mantener a uno mismo y a la familia. Tal es así que cuando decimos de alguien que es un mantenido, es una ofensa. Muchos adultos y jóvenes se encuentran en esta situación que está afectando a su salud. La falta de un empleo digno les impide mirar al futuro con sosiego, quedando desarbolado el plan familiar. Ante esto no es bueno ni resignarse ni acomodarse. Daría la impresión de acoger irresponsablemente la situación dada, que da lugar a una inactividad “que echa a perder las motivaciones, deteriora las competencias y por tanto restringe posteriormente las posibilidades de reinsertarse con éxito en el mundo laboral”.
Para afrontar esta situación no sirve la actitud de lamentación ni dar espacio a culpabilizar a los otros ni pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. También en este campo hemos de abrirnos a lo nuevo en una realidad globalizadora y multicultural en la que hemos de re-fundar una cultura del trabajo. La sociedad civil, las distintas administraciones y todas las personas que tienen que ver con el mundo laboral están llamadas en causa, aunque siempre ha de estar muy presente la iniciativa personal para cualquier cambio ante lo que nos sucede. Desde una lectura creyente de la realidad hemos de pensar que nuestra existencia no es un enigma: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”, y que en toda situación humana, también en la del trabajo la dignidad está en el sujeto. Todo trabajo es noble si respeta la dignidad de la persona. En este horizonte construiremos futuro.
El paro sigue siendo una realidad preocupante ante la que no pueden ser insensibles ni la sociedad civil ni las distintas administraciones públicas. Nadie duda de que el auténtico camino para la inclusión social es el trabajo dignamente remunerado y el compromiso con la cultura laboral, rechazando conductas consumistas y materialistas que no aprecian el trabajo. La Iglesia quiere acompañar la vida de tantas personas que sienten su dignidad en el trabajo y en su desarrollo pleno. Generar fuentes de trabajo es acortar los espacios de la crisis económica y favorecer la salud de las personas. La Doctrina social de la Iglesia recuerda los principios fundamentales como son: la dignidad inviolable de la persona humana, el destino universal de los bienes de la creación, la participación de todos en la búsqueda de bien común, y la solidaridad.
Comparto los sentimientos de tantas familias cuyos miembros están en paro y rezo por ellas. Os saluda y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.