En la tumba del apóstol Santiago, el destino de muchos peregrinos de todas partes de nuestro continente, también nosotros, los obispos del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, renovamos nuestra profesión de fe sobre el fundamento de los Apóstoles. En estos días, hemos tenido la alegría de ver a muchos jóvenes, y no tan jóvenes, caminar a Santiago, llegando al Pórtico de la Gloria. Conscientes de nuestras limitaciones y debilidades, que causan sufrimiento a toda la Iglesia, nosotros también hemos entrado en la Catedral para depositar, en el rito del abrazo, nuestras aflicciones y súplicas en los hombros del Apóstol, para pedir perdón de nuestros errores y comprometernos con esperanza y confianza en el futuro. Llegamos en Santiago de Compostela, una ciudad en el extremo occidental de Europa, en la que, -como nos recuerda el Papa Francisco, a quienes agradecemos la rapidez con la que, sin descanso, nos muestra los caminos a tomar y por el mensaje que nos ha enviado – “se encuentra el centro y la periferia… lugar altamente simbólico para volver a descubrir la gran riqueza de la Europa unida en su tradición religiosa y cultural”. Reunidos para reflexionar sobre Europa, ¿tiempo de despertar? Signos de esperanza, somos ahora más conscientes de la situación en que viven nuestros países y de las diversas contradicciones existentes: – el deseo de Dios y al mismo tiempo la fragilidad de la vida cristiana; – el deseo de vida basado en el Evangelio y al mismo tiempo debilidad eclesial y humana; – el deseo de santidad y al mismo tiempo el poco testimonio de vida; – el deseo de derechos humanos universales y al mismo tiempo la pérdida de respeto de la dignidad humana; – el deseo de armonía en la sociedad y con la creación, pero también la pérdida del sentido de la verdad objetiva; – el deseo de felicidad duradera, pero también la pérdida de un sentido compartido del destino al que la humanidad está llamada; – el deseo de paz interior y coherencia expresado en una búsqueda espiritual, pero también la negación de esa búsqueda en muchos discursos públicos. Nos hemos centrado en las cuestiones existenciales que se encuentran profundamente en el corazón humano y nunca desaparecen, aunque queden ensombrecidas por las cuestiones materiales. Todo hombre, de hecho, alimenta el deseo secreto de conocer a alguien que ayude a despertar su conciencia, despertar a las cuestiones decisivas de la existencia, del futuro más allá de la muerte, de los males que hieren a los humanos y de los males que violentan la vida y el cosmos. Por eso, como los centinelas de la mañana, vigilantes y listos para anunciar el nuevo día, queremos dar un mensaje de esperanza a esta Europa en apuros y decimos con fuerza: ¡Despierta, Europa! En las diversas historias y tradiciones, en los antiguos y nuevos desafíos, hay elementos de esperanza: entre ellos, los santos y los mártires de nuestros países, antorchas que animan el presente y anuncian el futuro. Ellos brillan como estrellas en el cielo. ¡Redescubre tus raíces, Europa! Considera los muchos ejemplos de esta esperanza realizada, empezando por nuestros santos patronos: Benito de Nursia, Cirilo y Metodio, Brígida de Suecia, Catalina de Siena, Teresa Benedicta de la Cruz, signos de una Europa unida en la diversidad. Vuelve a descubrir el testimonio de las grandes figuras europeas más cerca de nosotros, como madre Giuseppina Vannini, Margarita Bays, cardenal John Henry Newman, que el domingo, 13 de octubre, serán proclamados santos por la Iglesia y los innumerables ejemplos de santidad presentes a lo largo de las calles de nuestro tiempo y que, a menudo, encontramos en nuestro día a día. Alégrate, Europa, de la bondad de tu gente, de los muchos santos escondidos que todos los días contribuyen, en silencio, a la construcción de una sociedad más justa y más a la medida del hombre. Mira a tantas familias, las únicas capaces de generar futuro. Reconoce con agradecimiento su fe en Dios y su ejemplo. Deja que modelen nuestro amado continente y, como nos recuerda el Papa Francisco, se promueva «un nuevo humanismo europeo, capaz de dialogar, integrar y generar, destacando al mismo tiempo, lo que es lo más querido a la tradición del continente: la defensa de la vida y la dignidad humana, la promoción de la familia y el respeto de los derechos humanos fundamentales de la persona. Por medio de este compromiso Europa podrá crecer como una familia de pueblos, tierra de paz y esperanza». Creemos que la verdadera respuesta a todas las cuestiones de sentido es Jesucristo, el rostro del Padre. Proclamamos nuestra fe en su persona, único Salvador del hombre y del mundo. Sólo en él, pan partido para nosotros, encontramos respuesta a nuestras preguntas, puesto que solo Él es la revelación completa del misterio de Dios y la respuesta de la humanidad a este misterio de Amor y Misericordia. Él hace a los que le acogen capaces de escuchar, de amar y de hacerse cercanos, poniéndose, en el nombre de Cristo, al servicio del hombre, especialmente de quienes lo necesitan, ofreciéndoles el don de Cristo y la ayuda necesaria, con esa caridad que «nos estimula a reconocernos como hijos de un solo Padre» (Papa Francisco, Mensaje a la Plenaria). Santiago de Compostela, 5 de octubre de 2019
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