Saludos S. Em. Card. Marc Ouellet, Prefetto de la Congregación para los Obispos S. Em. Card. Ricardo Blázquez Pérez, Presidente de la Conferencia Episcopal Española S.E. Mons. Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela Mons. Michael F. Crotty, Encargado de Negocios, Nunciatura Apostólica en España Don Román Rodríguez González, Conselleiro de Cultura y Turismo de la Xunta de Galicia; Don Xosé Antonio Sánchez Bugallo, Alcalde de Santiago de Compostela Queridos hermanos en el Episcopado, distinguidas Autoridades, queridos amigos, la Asamblea Plenaria del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa se celebra entre dos eventos de la Iglesia Católica: el Sínodo de los jóvenes del año pasado y el inminente Sínodo de la Amazonía que comenzará el próximo domingo. En nuestros corazones estos momentos laten como olas vibrantes: continuemos a acompañarlos con intensa oración antes que nada por el Santo Padre Francisco, principio visible y fundamento de la Iglesia. Recemos también por los Padres sinodales y por todos los que participarán en la próxima Asamblea sinodal. Nuestra gratitud, plena de estima y afecto, va también a Su Eminencia el Card. Marc Ouellet, Prefecto del Dicasterio de los Obispos, que sigue y acompaña siempre de manera fraterna y con competencia nuestro trabajo. Nos alegra y estamos honrados por la elevación al Cardenalato de Su Eminencia Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, presidente de la COMECE y miembro de nuestro Consejo. Agradecemos al Papa que -también de este modo- expresa su atención y apoyo a la Unión Europea y a todo el continente. 1. Un símbolo Quisiera comenzar con un acontecimiento que ha dejado asombrado no sólo a Francia y a Europa, sino al mundo entero: el incendio de la Catedral de París. Los signos son parte de nuestra humanidad, pero a veces son vistos con indiferencia, y hasta con fastidio. Pero cuando desaparecen repentinamente, entonces la conciencia se sacude, siente que algo profundo ha sido herido, que un nervio ha sido descubierto, porque los símbolos religiosos –si bien desatendidos en la práctica- están ahí para recordar quiénes somos y hacia dónde vamos. Frente a la catedral en llamas, el mundo se detuvo incrédulo. La Edad Media la había pensado – Notre Dame – en toda su audaz belleza, arraigada en la tierra elevándose hacia el cielo, testimonio y llamada a la verdad del espíritu, síntesis de una Europa que, hoy quemada por las llamas es, en realidad pobre del fuego del Evangelio. Frente a la Catedral, quizás muchos se han preguntado: ¿puede el cristianismo, que ha concebido tanta belleza, ser enemigo del hombre? ¿Es posible que no le interese el hombre, que no sea levadura de la civilización, de la dignidad, de la paz? En la oscuridad y entre el humo, hemos visto la cruz intacta iluminada por las llamas: ¿cómo no quedarnos sin palabras frente a tanta simbólica potencia? ¡Casi un mensaje para el mundo! No queremos ser visionarios, pero ¿cómo podemos evitar la sugerencia de imágenes y de eventos? ¡Son más elocuentes que las palabras! A los que preguntaban: “Qué se quemó en el incendio además de la catedral”, respondí: “Quizás se quemó un poco de indiferencia”, indiferencia por lo que somos, por lo que Europa ha sido desde sus orígenes. El sentido más verdadero de lo que sucedió lo revelan las numerosas personas que, ante el incendio, se arrodillaron para rezar y cantar Regina Coeli: palabras que han atravesado la historia como un destilado de fe, evocación de un vivir juntos más humilde y fraterno, más realista y más cohesivo. Me vienen a la mente las agudas palabras de Chesterton: “El cristianismo fue declarado muerto infinitas veces. Pero al final siempre resucitó, porque se basa en la fe de un Dios que conoce bien el camino para salir de la tumba”. Aquella noche se hizo más viva una percepción que parecía lánguida: la de ser europeos, y que lo que había ocurrido preocupaba a todo el mundo, más allá de las incomprensiones y los contrastes, de los intereses de parte y las sospechas recíprocas, más allá de ciertas arrogancias y burocracias pesadas. El continente europeo – desde el Atlántico hasta los Urales – tiene las condiciones para constituirse como un sujeto plural y unido, fuerte y respetuoso de los diferentes pueblos, convencido que las diferencias son la base de cualquier unión. Pertenecer a la propia tierra, haber tenido una historia peculiar, a menudo en conflictos con los Estados vecinos, no oscurece necesariamente la conciencia de tener raíces comunes. Diferentes corrientes espirituales, religiosas y culturales han encontrado síntesis en el gran cause del Evangelio. Esta conciencia nacional y continental tiene dificultades a consolidarse y a expandirse, pero es el camino necesario. 2. Centinela, ¿cuánto queda de la noche? (Is 21, 11) El mejor aliado del Evangelio no son nuestras organizaciones, recursos, programas, sino el hombre: el hombre en todo momento, en todas las situaciones, civilizaciones, culturas. A la cultura de hoy no le gusta escuchar ideas que no sean las que piensa, convencida que la civilización debe ser repensada, y las verdades más básicas – como la vida y la muerte, el amor y la libertad, la solidaridad y la ley – deben ser reescritas. Sin embargo, los hombres tienen un deseo secreto: esperan encontrar a alguien que ayude a despertar su conciencia, a despertar las cuestiones decisivas de la existencia, del destino, del futuro más allá de la muerte, del mal que hiere al ser humano y de los males que violan la vida y el cosmos: “El máximo enigma de la vida humana es la muerte (…) La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreducible a la sola materia, se levanta contra la muerte” (Conc. Vat. II, GS 18). En las cosas más bellas de la vida, en las experiencias más felices y en los afectos más queridos, el hombre siente que se le escapan dos cosas: el “todo” y el “para siempre”. Le gustaría una alegría plena que no termine nunca. Por eso se siente una sinfonía maravillosa pero incompleta, una creatura de confines entre el tiempo y la eternidad, marcada por una sutil nostalgia de “algo más”, que él ve como si no estuviera en sus manos. ¡Una nostalgia que no es condena, sino gracia! Podemos decir que el hombre occidental parece confundido, pero en su confusión esconde la oportunidad de un despertar, a menudo lento e incierto, a veces repentino como un relámpago. ¡Es el despertar del alma! El proceso ya comenzó y nadie puede detenerlo, porque el hombre no puede vivir sin la verdad, tampoco en una soledad radical. ¿No es este el kairós del momento? En este recodo queremos estar presentes, debemos ser como centinelas de la mañana, vigilantes y listos para indicar el nuevo día. Pero también hay otra señal que se puede leer como un “signo de los tiempos”: la gente, especialmente la gente de los pequeños, empieza a cuestionarse sobre fenómenos tan inéditos que plantean interrogantes a nivel espiritual, ético, cultural y social sobre el futuro de la humanidad. También esto es un índice y una llamada para nosotros los Pastores. En conclusión, se trata de despertar de nuevo los cuestionamientos que duermen en el fondo del alma: pueden ser anestesiados, pero no pueden morir, porque el Creador las escribió en su conciencia como un tormento benéfico, de modo que el hombre no pueda conformarse con nada que sea menos de Dios. Pertenece, por lo tanto, a la evangelización ya sea despertar las cuestiones decisivas que anunciar el Señor de la vida y de la esperanza. 3. ¿Qué es el hombre para que lo cuides? (Sal 8) La atención y la preocupación de la Iglesia por Europa se inspiran en las palabras del Señor, que envía a sus discípulos hasta los confines de la tierra para proclamar el Evangelio de la gracia. Sabemos que la “buena nueva” no es una idea o un código ético, sino la persona de Jesús. Cuando la antropología que se revela en Cristo crucificado y glorioso se oscurece entonces incluso la sociedad, antes o después, se distorsiona y se vuelve inhumana. Inicialmente -cuando uno se aleja de Dios- puede parecer que todo procede igualmente bien (relaciones interpersonales, estructuras sociales, política, economía, estado social, cultura y educación), pero en realidad uno vive de rentas, uno sigue pensando en la “luminosidad” del Evangelio, en su “eco”. Seguimos caminando cristianamente por inercia, cada vez menos conscientes. Pero esta situación no dura para siempre: tarde o temprano la fuerza inicial se agota. El rostro del hombre, de su dignidad, se empaña, prevalece el interés inmediato, los pobres quedan en el camino mientras otros siguen adelante. Incluso la casa de la creación es despojada en la lógica de la dominación, aumentando pobreza y desequilibrios planetarios. También en esta perspectiva, el Santo Padre Francisco convocó el Sínodo Panamazónico. Queremos reiterar que el cristianismo no es una “religión civil” y el altar no está al servicio de ningún trono. En Cristo todo lo que es humano entra en una nueva dimensión de verdad, elevación y plenitud. La convivencia social también está marcada por la luz de la apertura y de la solidaridad. 4. Esperar contra toda esperanza (cfr. Rom 4,18) La pregunta que habita en nuestros corazones como Pastores que presiden las Conferencias Episcopales de sus respectivos países es: ¿qué podemos hacer? ¿Qué dice el Espíritu a las Iglesias? ¿Cómo podemos contribuir al camino europeo? En la última Plenaria en Poznan, durante el diálogo en los grupos y en la asamblea, surgió un deseo: conocer mejor nuestras historias, nuestras diferentes áreas culturales, no por curiosidad intelectual, sino para crecer en la comprensión y en el amor que acoge: amor a Dios y a nuestros pueblos, amor a la única Iglesia que refleja la luz multiforme de Cristo (cfr. LG1), amor por el mundo. Creemos que la verdadera respuesta de la Iglesia al Continente es Jesucristo, el rostro del Padre y la salvación del hombre. Además, estamos convencidos que, ante un contexto social y cultural marcado por la oposición, la sospecha, el individualismo y la desilusión, nuestro deber es subir a los techos y anunciar las luces que existen: luces de la Luz que es Cristo Señor. Sabemos que, en las diferentes historias y tradiciones, en los viejos y nuevos desafíos, hay elementos de esperanza: entre ellos, los Santos de nuestros países son como antorchas que animan el presente y anuncian el futuro. Son como avanzadillas del mundo que viene, que ya está entre nosotros, aunque a veces su misterio pone a prueba la fe y la perseverancia. Desde este santuario – rico en siglos y en fe – quisiéramos dar un mensaje de esperanza a Europa en dificultad; desde aquí queremos recordar que negar los orígenes es la premisa del desconcierto personal y social. El año pasado hemos recordado en Polonia el testimonio de la solidaridad evangélica. A los 100 millones de voluntarios católicos que trabajan en el continente, renovamos nuestra gratitud y los animamos a continuar por el bien de todos. Este año, desde España, queremos anunciar otro fruto del Evangelio: el bien difundido con la fantasía del amor, los altos valores del hombre y del cristiano, la santidad de santos y mártires que – como hilos de oro – tejen ayer y hoy la trama popular, el alma más verdadero y profundo de nuestras tierras. Desde la tumba del Apóstol Santiago, queremos también hacer un llamamiento apremiante e insistente para que, con todos los Hermanos de las diferentes Confesiones Cristianas, podamos ser juntos la levadura de Europa. ¡Todo lo que tiene que ver con el hombre nos interesa! Su vida, su familia, la justicia y la paz, los pobres y los migrantes, el medio ambiente y la creación, el desarrollo justo y sostenible, el bien del alma, el derecho a permanecer en la propia patria o dejarla…. la vida eterna! ¡Todo pertenece a la fe! Sobre estos desafíos los cristianos tienen mucho para testimoniar y para decir juntos. A este respecto, me complace informaros sobre el encuentro de los Obispos Orientales de Europa que realizamos en Roma (12-14 de septiembre de 2019) con la estimulante audiencia del Santo Padre. El intenso diálogo y la reflexión se centraron en el ecumenismo en los respectivos países. Permítanme, queridos Hermanos, dar un breve testimonio personal: llevé vuestros saludos a los cristianos de Siria y les traigo los suyos. Tuve la gracia, de hecho, de visitarlos hace algunos días. En medio de devastadores y extendidos escombros, en ausencia de todo, en la incertidumbre del futuro, encontré cristianos plenos de coraje y de esperanza, cuya fuerza no proviene de recursos inexistentes – es necesario que nuestras Iglesias continúen ayudándolos – ni de organizaciones internas: su fuerza es espiritual, proviene del mundo invisible de Dios que se manifiesta en ellos. A ellos les debemos la esperanza, que no muere ante la destrucción o la indigencia. Junto con la oración de nuestras Iglesias, trataremos de asegurar toda la ayuda posible. Queridos Hermanos, ¿alguna vez surgirá aquel mundo de justicia y paz, humano y vivible para todos? Junto con las personas de buena voluntad, los discípulos del Señor saben que ellos también están comprometidos con esta misión, como obreros humildes y generosos. Que el Apóstol Santiago nos ayude a pensar en las luces que hay en nuestros Pueblos. También nosotros vemos tinieblas, pero precisamente porque las vemos queremos indicar las luces, sabiendo que el mal nunca podrá vencer al bien.
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