El 30 de diciembre, se celebró en la SAMI Catedral de Santiago la festividad de la Traslación de los restos del Apóstol Santiago desde el puerto de Jaffa (Palestina) a Iria Flavia.
La Misa Pontifical fue presidida por el Sr. Arzobispo, que estuvo acompañado por su Obispo Auxiliar, el Sr. Cardenal Arzobispo emérito de Madrid, el Arzobispo de Burgos y el Arzobispo emérito de Tánger.
Entre los sacerdotes concelebrantes se encontraban el Superior para Europa de los Siervos de la Caridad (PP. Guanellianos); el P. Provincial de los PP. Franciscanos, así como sacerdotes diocesanos y sacerdotes de las otras diócesis gallegas, y los miembros del Excmo. Cabildo Catedralicio.
El Sr. Presidente de la Xunta de Galicia actuó como Delegado de S. M. el Rey Felipe VI y realizó la invocación al Apóstol Santiago. Fue recibido en la Catedral por el Sr. Arzobispo y se unió a la procesión litúrgica que recorrió las naves antes de la Eucaristía.
Entre las autoridades presentes estaban el Presidente del Parlamento de Galicia; el Alcalde de Santiago de Compostela, el General Jefe del Mando de Apoyo a la Maniobra, Conselleiros de la Xunta, concejales del Santiago, así como otras autoridades civiles, judiciales, militares y académicas.
El canto corrió a cargo del Capilla Musical de la SAMI Catedral de Santiago, que interpretó fragmentos de la Missa Ad Piisimam Mariam, de Melchor López (1759-1822), Maestro de Capilla de la catedral compostelana, de quien se cumplen 200 años de su fallecimiento.
Homilía del Sr. Arzobispo
Excmo. Sr. Delegado Regio.
Hermanos en el Episcopado.
Miembros del Cabildo Metropolitano. Autoridades
Sacerdotes, Vida Consagrada y Laicos
Miembros de la Archicofradía del Apóstol
Radioyentes y televidentes. Peregrinos
En esta festividad tan propia damos gracias a Dios por su providencia con esta Iglesia compostelana que guarda con piadoso afecto la memoria y la tumba del Apóstol Santiago, nuestro primer evangelizador que nos enseñó que Cristo revela al hombre el propio hombre y le descubre la dignidad de su vocación (LG, 21). “Él es, como dice el papa Francisco, el centro unificador de toda la realidad, es la respuesta a todos los interrogantes humanos, es la realización de todo deseo de felicidad, de bien, de amor, de eternidad presente en el corazón humano”. Es el camino para un auténtico humanismo.
“Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna” (1Jn 1,5). En una sociedad en la que la influencia del cristianismo parece debilitarse muchas personas buscan iluminar la oscuridad en la que han perdido la conciencia de Dios y de la dignidad humana1, olvidando que caminar en la luz es amar a Dios quien nos ha creado, glorificar a Cristo que nos ha redimido, ser sencillos de corazón y vivir la fraternidad, y abriéndose a los interrogantes fundamentales en busca “de vida verdadera, de espiritualidad y de sentido”.
En el misterio de la Navidad que estamos celebrando, “la omnipotencia divina utiliza su poder de amor para hacerse vulnerable viniendo en carne humana, como uno de tantos”. El cristianismo nace precisamente como amor al hombre y esto nos ayuda a descubrirnos a nosotros mismos al encontrarnos con los otros y a entender quiénes somos, qué soy, por qué existo y lo mucho que puedo hacer. La identidad cristiana comporta un contraste con los criterios y actitudes de quienes se acomodan a las realidades de este mundo. Más que lamentar la pérdida de relevancia de la fe, recordemos que el Señor nos dice: “Brille vuestra conducta de forma que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvareis vuestras almas” (Lc 21,19). Nuestro testimonio consistirá en hacer visible la aspiración a la fraternidad, a la verdad, a la justicia y a la libertad mientras peregrinamos hacia la ciudadanía de los santos sin perder el ánimo, pues de lo contrario nos perderíamos a nosotros mismos. Necesitamos confiar en la providencia de Dios que cuida del hombre. Es la voluntad de Dios y no nuestros deseos la que nos tiene que orientar2, no encerrándonos en nuestras propias contradicciones, conciliando la sabiduría humana con la fe divina y reconociendo nuestros límites y nuestras posibilidades. “El camino cristiano pasa por liberar el deseo de Dios que habita en el interior de cada ser humano y en la capacidad de salir de sí para encontrarse compasivamente con los demás y administrar responsablemente lo creado”3. Hoy la cuestión sobre Dios se despierta en el encuentro con quien tiene el don de la fe, con quien tiene una relación vital con el Señor4. Reconducir la fe a categorías puramente racionales y naturalistas, fuera y dentro del mundo cristiano, es vaciarla. Hablemos de Dios y de nuestra fe para los siguen preguntándose por Él. No debemos “prescindir de Dios en la visión y valoración del mundo, en la imagen que el hombre tiene de sí mismo, del origen y término de su existencia, de las normas y objetivos de sus actividades personales y sociales”5.
El evangelio proclamado hace referencia a Santiago, Pedro y Juan como testigos de la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní, donde se retiraba con frecuencia a orar. Getsemaní (prensa de aceite) indica que en las horas que seguirían, el Señor se iba a encontrar con gran presión y aflicción en su alma. “Quedaos aquí, y velad conmigo”. Le acompañan los discípulos que habían visto su gloria en el monte de la transfiguración, y que lo ven ahora sumergido en gran tristeza y angustia. “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres”. Era el cáliz amargo que tuvo que beber, experimentando el miedo, el estremecimiento ante el poder de la muerte manifestado en las guerras y en las calamidades que afectan de distintas formas a las personas. El Hijo cumplió la voluntad del Padre muriendo en la cruz. En nuestra existencia podemos expresar confiadamente a Dios nuestra voluntad y recordarle sus promesas, pero no podemos hacer de él el cumplidor de los propios deseos egoístas ni prescribirle lo que tiene que hacer. Dios ha de ser la referencia en nuestro modo de ser y de actuar: “En Él somos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28). La aceptación de los designios de Dios ha de ser plena, discerniendo con humildad el rechazo o la acogida que libremente los hombres pueden tener en relación a Cristo y su mensaje. En las calles de nuestros días compartamos la fatiga cotidiana de la vida, sostenidos por la esperanza fiable que es Cristo. El mal existe y nos aísla. El sufrimiento de los demás nos ha de interpelar. No nos conformemos con ser una generación vacía de amor y llena de pasiones tristes. Vivamos la pasión por Dios y por el hombre.
Hoxe necesítanse persoas dispostas a difundir en cada ámbito da sociedade eses principios e ideais cristiáns nos que se inspira a súa acción e ser no medio dos homes como presenza de Cristo. É urxente volver aos valores como o sentido transcendente da vida, o compromiso, o esforzo, a honestidade, a visión de futuro, a corresponsabilidade, e a fraternidade que fundamentan a confianza nos distintos ámbitos da vida. Hai problemas que non poden resolverse sen a achega da dimensión relixiosa. Poño sobre o Altar, co Patrocinio do Apóstolo, a vosa ofrenda, Excmo. Sr. Delegado Rexio, tendo en conta as intencións do Papa Francisco, das Súas Maxestades e de toda a Familia Real, de todos os que teñen unha responsabilidade política, social e cultural, e de tódolos pobos de España, de xeito especial desta querida terra galega. Pido polas persoas vítimas da violencia e das guerras que morren ou sofren as consecuencias físicas e morais. Rezamos polo papa emérito Benedicto XVI quen nos visitou o pasado ano santo. Encomendo ao amigo do Señor a nosa Arquidiocese Compostelá para que asuma o compromiso de transmitir o legado da fe. E pido pola Vosa Excelencia, Sr. Delegado Rexio, a súa familia e os seus colaboradores. Que Deus nos axude co patrocinio do Apóstolo Santiago. Amén.