El 25 de julio, Solemnidad del Apóstol Santiago, el Sr. Arzobispo de Santiago, Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Francisco José Prieto, presidió la solemne Misa Pontifical en la SAMI Catedral de Santiago de Compostela.
Acompañaron en esta celebración al Sr. Arzobispo, el Sr. Cardenal Arzobispo emérito de Madrid, el Sr. Arzobispo de Mérida-Badajoz, los Sres. Arzobispos eméritos de Santiago de Compostela y Tánger, los Sres. Obispos de Lugo, Ourense, Mondoñedo-Ferrol, Tui-Vigo y Astorga, el Sr. Obispo emérito de Tui-Vigo, el Sr. Administrador Apostólico de Hawasa (Etiopía), el Cabildo de la SAMI Catedral, el Superior para Europa de los PP. Guanellianos, el P. Provincial de los PP. Franciscanos, el Vicario de la Delegación Noroeste de la Prelatura del Opus Dei, juntamente con otros sacerdotes diocesanos.
Las autoridades estaban presididas por el Sr. Presidente del Parlamento de Galicia, Delegado de S. M. el Rey Felipe VI y que realizó la invocación al Apóstol. Estaban presentes el Presidente da Xunta de Galicia y miembros de su gobierno, el Jefe de la Oposición, el Almirante Jefe del Arsenal de Ferrol, el Presidente y el Fiscal Jefe del Tribunal Superior de Xustiza de Galicia, los Sres. Rectores de las Universidades de Santiago de Compostela y A Coruña, concejales del Concello de Santiago, y otras autoridades civiles y militares.
La celebración comenzó con la llamada procesión del Patronato, que portando la imagen relicario del Apóstol Santiago, conocido como “Santiago Coquatrix”, salió de la Catedral por la Puerta de Platerías dirigiéndose a la Plaza del Obradoiro, donde el Sr. Arzobispo saludó al Sr. Delegado Regio, que se unió a la comitiva eclesiástica.
El día anterior, el Sr. Arzobispo había presidido las I Vísperas solemnes.
Del 15 al 23 de julio, el Sr. Arzobispo presidió la novena en honor al Apóstol. Los predicadores de este año fueron: el Rvdo. P. Daniel Cuesta Gómez, jesuita de la comunidad de Santiago, el Ilmo. Sr. D. José Andrés Fernández Farto, Vicario General de la Archidiócesis de Santiago de Compostela; y Mons. Julián Barrio Barrio, Arzobispo emérito de Santiago de Compostela.
2.- Homilía
Sr. Cardenal, Sres. Arzobispos y Obispos
Miembros del Cabildo Catedralicio
Hermanos sacerdotes, diáconos, servidores del altar
Delegados diocesanos
Miembros de la Vida Consagrada, seminaristas, fieles laicos, familias
Sr. Presidente de la Xunta de Galicia
Autoridades civiles (locales, provinciales y autonómicas), judiciales, militares y académicas
A los miembros de la Archicofradía del Apóstol Santiago, a los miembros de las órdenes de Santiago
A los que nos seguís a través de los medios de comunicación
A los que habéis llegado como peregrinos a la casa del Señor Santiago
Un saludo a todos en el gozo que nace de ser hermanos y discípulos del Señor Jesús
“Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón” (Hch 5,12). En aquella galería porticada orientada hacia la salida del sol se debatía y se dialogaba sobre Dios y su Ley, sobre el hombre y su vivir; escuelas diversas, en una comunión de historia y tradición, sabiendo que las respuestas abrían nuevas preguntas que perfilaban el horizonte del futuro sobre la inquietud del presente tras recorrer las sendas del pasado. Allí la pregunta por Dios interrogaba la condición humana, desde el ansia de verdad y la raíz de la libertad. En ambas se desvela el corazón de Dios y el corazón del hombre.
Porque, como san Pablo, con humildad y fragilidad (tesoro en vasijas de barro), “creemos y por eso hablamos” (2Cor 4,13). Hablamos del Dios hecho carne que nos enseñó que los rostros son más importantes que las ideas y que no podemos separar a Dios del prójimo, porque nos debemos reconocer y amar unos a otros en aquel que nos amó primero. Es osado hablar de Dios, pero al mismo tiempo no podemos callar acerca de él, porque es Palabra que produce vértigo y misterio: “no se puede dar culto a Dios (al manifestado en el Crucificado-Resucitado) sin velar por el hombre, su hijo, y no se sirve al hombre si no le respondemos a la pregunta por Dios”, dijo Benedicto XVI en su viaje a Santiago de Compostela en noviembre de 2010.
En el origen de la civilización europea, esta Europa del Camino de Santiago, se encuentra el cristianismo, sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad, justicia y fraternidad resultan incomprensibles. En nuestro mundo multicultural tales valores seguirán teniendo pleno valor si saben mantener su nexo vital con la raíz que los engendró. Así, cabe la posibilidad de edificar sociedades auténticamente laicas, sin contraposiciones ideológicas, en las que encuentran igualmente su lugar el cercano y el lejano, el creyente y el no creyente.
Nuestra época está dominada por la crisis: la crisis económica, que ha marcado el último decenio; la crisis de la familia y de los modelos sociales consolidados; la «crisis de las instituciones» y la dura crisis de los migrantes: tantas crisis, que muestran el miedo y la profunda desorientación del hombre contemporáneo. A pesar de todo, decir «crisis» no tiene por sí mismo una connotación negativa. No se refiere solamente a un mal momento que hay que superar. La palabra crisis tiene su origen en el verbo griego crino (κρίνω), que significa investigar, valorar, juzgar. Por esto, nuestro tiempo es un tiempo de discernimiento, que nos invita a valorar y construir desde lo esencial; es, por lo tanto, un tiempo de desafíos y de oportunidades.
Encontraremos de nuevo esperanza cada vez que pongamos al ser humano en el centro y en el corazón de las instituciones. Afirmar la centralidad del hombre significa también encontrar el espíritu de familia, con el que cada uno contribuye libremente, según las propias capacidades y dones, a la casa común. Procuremos unidad de las diferencias y unidad en las diferencias. Por eso, lo singular y peculiar no nos debe asustar, ni se puede pensar que la unidad se preserva con la uniformidad. Esa unidad es más bien la armonía de lo diverso, de las diversas personas y pueblos.
Encontraremos de nuevo la esperanza en la solidaridad, que comporta la conciencia de formar parte de un solo cuerpo, y al mismo tiempo implica la capacidad que cada uno de los miembros tiene para «simpatizar» con el otro y con el todo. Si uno sufre, todos sufren (cf. 1Co 12,26). La solidaridad no es sólo un buen propósito: está compuesta de hechos y gestos concretos que acercan al prójimo, sea cual sea la condición en la que se encuentre. Evitar que se asiente el egoísmo, que nos encierra en un círculo estrecho y asfixiante y no nos permite superar la estrechez de los propios pensamientos ni «mirar más allá». Tal como Jesús afirma en el Evangelio que hemos proclamado: “No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” (Mt 20,26). Tenemos un patrimonio moral y espiritual que merece ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad, y que es el mejor antídoto contra la falta de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de extremismo.
Encontraremos la esperanza cuando invirtamos en un desarrollo que abarque a todo el ser humano: la dignidad de su trabajo, condiciones de vida adecuadas, la posibilidad de acceder a la enseñanza y a los necesarios cuidados médicos. «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz», afirmaba san Pablo VI, puesto que no existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria. No hay paz allí donde falta el trabajo o la expectativa de un salario digno.
Encontramos esperanza cuando se abre al futuro a nuestros jóvenes, cuando se cuida a la familia, que es la primera y fundamental célula de la sociedad. Cuando respeta la conciencia y los ideales de los ciudadanos. Cuando se defienden toda vida y todas las vidas, con toda su sacralidad: tanto la del que inicia o acaba su vida, como la del quiere renacer a una vida digna y justa.
El papa Francisco nos recuerda que “nuestra existencia es una peregrinación, un camino. También los que están movidos por una esperanza especialmente humana, perciben la seducción del horizonte, que les empuja a explorar mundos que aún no conocen. Nuestra alma es un alma migrante… No nos convertimos en hombres y mujeres maduros si no se percibe la atracción del horizonte: ese límite entre el cielo y la tierra que pide ser alcanzado por un pueblo de caminantes”. (Audiencia general, 26 de abril de 2017).
O Camiño, como parte fundamental do alfabeto ético do home, interróganos sobre os valores esenciais para a convivencia, para o entendemento, para a discusión construtiva e a procura do ben común. A aceptación da honestidade persoal, os intereses compartidos, a educación e o respecto a quen pensa diferente, a liberdade, os valores comúns da xente común e sinxela han de ser unha senda ética dispostos a percorrela. Como o é a xustiza social, un imperativo ético universal que está no ADN do cristianismo: non se pode ser cristián sen aceptar este postulado. Xogámonos o futuro da humanidade nunha civilización decente.
Cando parece que nos invade o cansazo e o desánimo, podemos acoller as palabras alentadoras de san Pablo: “atribulados en todo, mais non esmagados; apurados, mais non desesperados; perseguidos, pero non abandonados; derrubados, mais non aniquilados, levando sempre e en todas partes no corpo a morte de Xesús, para que tamén a vida de Xesús maniféstese no noso corpo” (2Cor 4,8-10).
O Camiño de Santiago e a súa meta, os camiños do Camiño e a tumba do apóstolo Santiago que acolle esta Catedral Compostelá preséntanse como un gran espazo aberto e un horizonte no que camiñan e cara ao que se encamiñan os que buscan e os que non buscan, os inquietos e os indiferentes, os crentes e os non crentes. E nese camiño debemos suscitar a pregunta polo sentido da vida, polo seu horizonte transcendente. O Camiño é ocasión para buscar a Deus e deixarse atopar por El, que nos agarda, ao final, na Meta.
En palabras de Bieito XVI: “O cansazo do andar, a variedade de paisaxes, o encontro con persoas doutra nacionalidade, ábrenos todo o máis profundo e común que nos une aos humanos: seres en procura, seres necesitados de verdade e de beleza, dunha experiencia de graza, de caridade e de paz, de perdón e de redención. E no máis recóndito de todos eses homes resoa a presenza de Deus e a acción do Espírito Santo. Si, a todo home que fai silencio no seu interior e pon distancia ás apetencias, desexos e quefaceres inmediatos, ao home que ora, Deus alúmalle para que o atope e para que recoñeza a Cristo. Quen peregrina a Santiago, no fondo, faio para atoparse sobre todo con Deus que, reflectido na maxestade de Cristo, acólleo e bendí ao chegar ao Pórtico da Gloria” (Homilía. Santa Misa na praza do Obradoiro. Ano Santo Compostelán. 6 de novembro de 2010).
Un Deus que en Xesucristo convócanos a construír unha fraternidade social que nos conduza a ser como Igrexa, como sociedade, testemuñas “dunha mensaxe de esperanza baseado na confianza de que as dificultades poidan converterse en fortes promotoras de unidade, para vencer todos os medos que Europa – xunto a todo o mundo – está a atravesar. Esperanza no Señor, que transforma o mal en ben e a morte en vida (Francisco, Discurso ao Parlamento Europeo, Estrasburgo, 25 de novembro de 2014).
Cando na proposta política a noción de ben común foi substituída pola de interese xeral, que en absoluto é sinónima da primeira; cando as guerras acumulan vítimas e destrución inútil; cando o desenvolvemento da intelixencia artificial acelerouse e xera unha gran incerteza; entón, precisamente agora, o noso presente, temos que comprometernos coa mellor política, esa que está verdadeiramente ao servizo do pobo, do ben común, da fraternidade.
Sr. Oferente, acollemos a vosa ofrenda e facémola presente diante o Altar. Encomendo á intercesión do Apóstolo Santiago a todos os pobos de España, especialmente as xentes e pobos da nosa querida Galicia, ás nosas familias, que sigan sendo berce da vida e da fe, onde todos, especialmente os nosos nenos e anciáns, sexan coidados, queridos e acompañados. Lembremos, como unha chamada á nosa conciencia e responsabilidade, ás vítimas de toda violencia e inxustiza, de todas – demasiadas – guerras. Quixese expresar, especialmente, a consternación e tristeza polas noticias que nos chegan sobre o afundimento do pesqueiro Argos Georgia en augas das Malvinas: encomendamos aos falecidos e desaparecidos, e acompañamos ás súas familias, a todas as xentes do mar, desde o consolo que brota do corazón do Pai misericordioso.
Por intercesión do Santo Apóstolo Santiago, pido ao Señor que bendiga á súa Maxestade o Rey Felipe VI no décimo aniversario da súa proclamación, e a toda a Familia Real; tamén á vosa Excelencia, Sr. Oferente, á súa familia e aos seus colaboradores. Que, de novo desde Santiago, renaza a esperanza que nunca decae e que sempre nos sostén.