Contemplad el Rostro de la Misericordia
“El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades” (Salmo 99)
Queridos Miembros de Vida contemplativa:
La decisión del papa Francisco de convocar a la Iglesia a celebrar de manera especial la misericordia de Dios durante este año, hace que la vida eclesial venga marcada por dicha convocatoria. En este sentido la Comisión episcopal para la Vida consagrada se suma a esa invitación al proponernos como lema del Día Proorantibus: “Contemplad el Rostro de la Misericordia”. Ciertamente, “siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia”1 puesto que la misericordia es nombre propio de Dios. Es el que mejor refleja su misteriosa condición divina que consiste en ese abismo de bondad y de amor infinito. “El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades” (Salmo 99). Apelando a estas palabras del salmista nos acercamos a este misterio, insondable para nosotros, que se nos ha manifestado en Jesucristo, rostro de la misericordia del Padre.
El Señor es bueno
San Juan evangelista nos dice que “Dios es amor” (1 Jn 4, 8.16). Es la realidad transversal de toda la Sagrada Escritura en la que podemos leer: “Dios rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados nos ha hecho vivir en Cristo” (Ef 2, 4-5). “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él” (Jn 3, 15). Ya en el Antiguo Testamento el profeta Isaías escribe: “¿Es que puede la madre olvidarse del hijo de sus entrañas?, pues aunque ella lo hiciera yo nunca me olvidaré de ti” (Is 49, 15). Por su parte, el profeta Oseas comenta al pueblo el proceder de Dios diciéndole: “Yo le enseñé a caminar sujetándole por debajo de los brazos. Yo le levantaba en alto y apretaba su mejilla contra la mía. Yo me agachaba junto a él para darle de comer”, como hace el padre cariñoso con su hijo pequeño (cfr. Os 11, 1-4). Así es el latir del corazón de Dios: “Mi corazón se conmueve dentro de mí, mi interior se estremece de compasión” (Os 11, 8).
El escritor alemán Heinrich Böll, en su carta a un joven católico, advertía: “Lo que le ha faltado hasta hoy a los mensajeros del cristianismo de toda procedencia es la ternura”. Debe reconocerse que, con el magisterio del papa Francisco, esta dimensión antropológica fundamental ha vuelto a la agenda de la pastoral eclesial, ya sea bajo el sinónimo de “misericordia” o como título explícito, como ocurre por ejemplo en Evangelii gaudium, donde el término “ternura” aparece repetidamente.
El Evangelio ilumina y profundiza esta realidad. Y lo hace a través de una parábola de los viñadores (Lc 20) que no nos deja indiferentes: en ella se demuestra que los “planes y los caminos de Dios no son los nuestros” (Is 55, 8). Los trabajadores de las horas más tardías reciben la misma paga que los de primera hora, que se quejan al amo de la viña al igual que lo hiciera el hermano mayor del hijo pródigo ante el padre. Las últimas palabras dan la explicación: “¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?” El tema es el modo de ser de Dios, cuya “justicia” no es como la nuestra: no la niega sino que la supera. “¿No nos ajustamos en un denario?” La justicia se cumple. Pero, además de justo,
Dios es profundamente bueno y generoso. “El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”, dice el salmo. Dios no se rige por la justicia del derecho sino por la gracia. Su salvación es gratuita porque “Dios es amor”.
“El gran riesgo del mundo actual es que cuando estamos bien, nos olvidamos de los demás… el individualismo… Ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo”2. Decía el papa Francisco a los sacerdotes: “Para superar la indiferencia, para tener un corazón misericordioso, el sacerdote necesita un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. Por eso deseo orar con vosotros a Cristo en esta tarde del Jueves Santo: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo”3.
Su misericordia es eterna
“Eterna es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios… La misericordia hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación”4. Realmente, la historia de la salvación es la revelación de la misericordia divina. Los salmos son un cántico de su misericordia (118 y 136): “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia, porque su amor no tiene fin”. “Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7) es la bienaventuranza en la que debemos inspirarnos. Ser “misericordiosos como el Padre” es el lema propuesto por el papa Francisco: “Queremos, dice, vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos como el padre”. Es un programa de vida esperanzador.
En el evangelio de san Juan, Jesús se nos manifiesta como el gran testimonio y dispensador del amor misericordioso de Dios. “Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más” (Jn 8, 11). La palabra de Jesús es lapidaria: “el que este sin pecado, que tire la primera piedra”. Como diría san Agustín, sólo quedaron la mísera y la misericordia. El episodio es una llamada a ser misericordiosos como el Padre celeste. Todos necesitamos el perdón de Jesús y ser agraciados por la misericordia de Dios porque “sólo desde el amor la libertad germina”. La gracia nos transforma y “nos ayuda para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a Cristo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo”. Éste es el gran misterio que celebramos, abriendo nuestro corazón para llevar a todos la herencia misericordiosa que Dios Padre ha querido darnos. Esto es ser cristiano: “Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso” (Lc 6, 36). Al estilo de Cristo.
Su fidelidad por todas las edades
“Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. “Dios es amor”. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente… En Él todo habla de misericordia”5. El año de la Vida Consagrada fue una ocasión para reconocer con humildad la fragilidad propia y experimentar en la propia carne el poder “del amor misericordioso del Señor”6, en un tiempo marcado, como señaló el Papa en julio de 2013 a los seminaristas, a los novicios y novicias del todo el mundo, por la “cultura de lo provisional” que hace difícil cada elección que se propone como definitiva. Al preguntarnos qué es lo que nos permite comprometer todo nuestro futuro, hasta que llegue la última y definitiva llamada, la respuesta nos la da el papa Benedicto XVI cuando escribe: “Dios es el fundamento de la esperanza… Solo su amor nos da la posibilidad de perseverar con sobriedad día a día, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que, por su naturaleza, es imperfecto”7.
Son alentadoras las palabras de san Pablo cuando escribe: “Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en vosotros la buena obra la irá completando hasta el día de Cristo Jesús” (Flp 1, 6), lo que significa que para poder decidir hoy, invirtiendo todo el mañana, debo estar seguro de que quien lo ha iniciado lo lleva a cabo. Nuestra perseverancia, en última instancia, está basada en la fidelidad de Dios, del que continuamente hacemos memoria. Como nos ha recordado el Papa Francisco la “grata memoria del pasado nos empuja, en atenta escucha de lo que hoy el Espíritu dice a la Iglesia, a realizar de manera siempre más profunda los aspectos constitutivos de nuestra vida consagrada”8.
Queridos hermanos y hermanas de Vida contemplativa, necesitamos testigos que afirmen con su vida que esto es posible, y que al contemplar el Rostro de la Misericordia, según el lema de la presente Jornada, “nunca se cansen de ofrecer misericordia”, y que repitan con confianza y sin descanso: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos” (Sal 25, 6). Ésta es la hermosa e inestimable contribución que nuestra Iglesia diocesana requiere de vosotros y por lo que con esta ocasión manifiesta su admiración y agradecimiento a los miembros de la Vida contemplativa y al Señor por el don de lo que vuestra presencia significa para nuestra Archidiócesis de Santiago de Compostela.
Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela