Al Sr. Cardenal ANGELO BAGNASCO Presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa Al comienzo de la Asamblea Plenaria anual del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, deseo transmitir a Su Eminencia, Su Excelencia el Arzobispo Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago, y a todos los participantes mi más cordial saludo. El tema de este año “Europa, ¿hora de despertar? Los signos de esperanza” es una importante provocación para reflexionar sobre los caminos que se pueden seguir para dar nuevamente la esperanza a Europa. De modo significativo, vuestro encuentro se celebra cerca de la tumba del Apóstol Santiago, que desde tiempos inmemoriales ha sido el destino de muchos peregrinos de toda Europa, quienes ponen sus aflicciones, súplicas y esperanzas en las manos del Apóstol. En Santiago, una ciudad del extremo oeste de Europa, converge todo el Continente. En ella se encuentran el centro y la periferia. Es, por lo tanto, un lugar altamente simbólico para redescubrir la gran riqueza de Europa unida en su tradición religiosa y cultural, pero tan marcada por las múltiples peculiaridades que conforman su riqueza. “Europa entera se ha encontrado a sí misma alrededor de la «memoria» de Santiago, en los mismos siglos en los que ella se edificaba como continente homogéneo y unido espiritualmente. Por ello el mismo Goethe insinuará que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando”1. Queridos hermanos en el Episcopado, les pido que vivan estos días como un camino que tienda a ver los signos de esperanza que constelan Europa en nuestros días. Hay muchos de ellos, con frecuencia escondidos y a menudo tendemos a no darnos cuenta. Los vemos a partir de la preocupación de muchos de nuestros hermanos por los que sufren y tienen necesidades, especialmente los enfermos, los presos, los pobres, los migrantes y los refugiados; como también en el compromiso en campo cultural, especialmente en la educación de los más jóvenes, que son el futuro de Europa. La fe en el Señor resucitado ha hecho que los cristianos sean intrépidos en la caridad y es el antídoto más grande para las tendencias de nuestro tiempo, pleno de laceraciones y oposiciones. Que el vuestro sea, por lo tanto, un compromiso de caridad. Este es el camino principal de la vida del cristiano, como nos enseña el mismo Señor Jesús: “porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (Mt 25, 35-36). Cada vez que hacemos una de estas cosas a uno de nuestros hermanos, ¡se la hemos hecho al Señor Jesús! Esta gratuidad constituye un signo tangible de esperanza, ya que nos lleva a mirar al otro como persona. Los populismos que en nuestros tiempos se extienden se nutren de la búsqueda constante de contrastes, que no abren el corazón, sino que lo aprisionan entre muros de resentimientos sofocantes. En cambio, la caridad se abre y hace respirar. No enfrenta a las personas entre sí, sino que ve las necesidades de cada uno de nosotros reflejadas en la “necesidad de los últimos”, porque todos somos un poco indigentes, todos un poco frágiles, todos necesitados cuidados. La caridad hacia el prójimo nos estimula a reconocernos como hijos de un solo Padre, que nos creó y nos ama. Por lo tanto, que no disminuya nuestro compromiso de dar testimonio de fe en nuestro tiempo a menudo perdido, sabiendo que la fe no se transmite a través del proselitismo, sino a través de la atracción, es decir, a través del testimonio. No se trata de representar esquemas del pasado, sino de dejarnos guiar por el Espíritu del Señor para proponer la alegría que emana del Evangelio a los hombres y a las mujeres que encontramos en nuestro ministerio cotidiano. Que los ayuden en este sentido redescubrir la figura de tres grandes mujeres santas que san Juan Pablo II proclamó copatronas de Europa el 1 de octubre de 1999: Santa Brígida de Suecia, Santa Catalina de Siena y Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein). Juntas nos muestran la caridad vivida en la familia, fundamento de toda sociedad humana, y como servicio al prójimo en la verdad y en el sacrificio. Sus gestos sencillos están plenos de esperanza, pues están plenos de ese amor que “mueve el sol y otras estrellas”2 y que nos hace plenamente humanos. Al emprender este camino de cercanía al prójimo, al inclinarse sobre las heridas de los perdidos, indefensos y marginados, la Iglesia renovará su compromiso en la construcción de Europa, una responsabilidad que no ha cesado, ni siquiera entre muchas dificultades, desde que Pablo, Silas y Timoteo desembarcaron en las costas de Europa (cfr. He 16, 9). Que en la fidelidad a Su Señor y a las propias raíces, no falte el pueblo de Dios que trabaja por un nuevo humanismo europeo, capaz de dialogar, integrar y de generar3, valorizando al mismo tiempo lo que es más valioso para la tradición del continente: la defensa de la vida y de la dignidad humanas, la promoción de la familia y el respeto de los derechos fundamentales de la persona. A través de este compromiso, Europa podrá crecer como una familia de pueblos, tierra de paz y de esperanza. Con estos votos os exhorto a continuar con vuestro compromiso pastoral y, asegurando mi recuerdo en la oración, os envío de buen grado mi bendición apostólica. Francisco Roma, 23 de septiembre de 2019
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