Los sin techo, víctimas de una injusticia
Queridos diocesanos:
El Día de las Personas Sin Hogar 2016, que este año se celebra el 24 de noviembre, pretende sensibilizarnos en relación con las personas que no tienen hogar. El lema de esta campaña: “Hazme visible. Por dignidad. Nadie sin hogar”, motiva la reflexión y el compromiso. Cuando acabamos de celebrar el Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia, hay que recordar que salir al encuentro de quien tiene necesidad de una vivienda es una «obra de misericordia», según la cual seremos juzgados por Cristo en el atardecer de la vida (cfr. Mt 25, 31-46).
La casa, condición necesaria para el hombre
Hablamos de los derechos humanos y según el Manifiesto de Caritas para esta ocasión damos por supuesto que “somos merecedores del derecho a la vida, a la libertad, a la educación y a la cultura, a la sanidad, al trabajo, a poseer una vivienda, a construir una familia, a tener relaciones sociales, a pertenecer y participar de la sociedad en que vivimos”. En este sentido, es evidente que “la casa es una condición necesaria para que el hombre pueda venir al mundo, crecer, desarrollarse, para que pueda trabajar, educar y educarse, para que los hombres puedan constituir esa unión más profunda y más fundamental que se llama familia”. Os recordaba el año pasado que una casa es mucho más que un simple techo, pues en la casa la persona realiza y vive su propia vida, y construye, de alguna manera, su identidad más profunda y sus relaciones con los otros.
La persona humana no es un qué sino un quién, ser único e insustituible, con una dignidad plena que le ha sido dada por Dios Creador. Las
personas sin hogar son ante todo personas a las que tenemos que hacer visibles a través de nuestro acercamiento a ellas. Si no las vemos no podemos reconocernos en ellas y tomar conciencia de la dignidad que nos une e iguala como seres humanos. A veces vemos para observar pero no
miramos para actuar y hacer posibles los derechos de las personas. Sólo de esta manera podemos reconocer que su dignidad es la nuestra y que
nosotros también nos dignificamos como personas a través de ellas. Esto evitaría una cultura de exclusión y descarte, y nos haría pensar en el bien
común de todos y para todos, “porque el ejercicio universal de la dignidad humana es posible, estamos llamados a vivir con una mirada alternativa, creadora, que es capaz de hacer posible lo imposible”.
Responsabilidad de todos
Desde las distintas Administraciones a los medios de comunicación, pasando por las diferentes organizaciones sociales, han de comprometerse para que toda persona tenga un hogar propio. Con esta preocupación las Administraciones públicas están llamadas a arbitrar “políticas adecuadas que puedan hacer frente a las situaciones de más urgente necesidad y remover los obstáculos que impiden encontrar las modalidades concretas, económicas, jurídicas y sociales, aptas a poner por obra condiciones más favorables a la solución de estos problemas”. En nuestra sociedad hay muchos que no encuentran lugar en la posada del mundo. Le ocurrió al Hijo de Dios encarnado que nació en un establo y fue reclinado en un pesebre por las manos amorosas de la Virgen María, su Madre (cfr. Lc 2, 7). No son pocos los que nacen, viven y mueren en la intemperie. A esto contribuyen también los desplazamientos por la guerra, por las calamidades naturales, por la injusticia o la avaricia. “La Iglesia católica en su acción caritativa y social, ha tenido siempre, desde las primeras comunidades cristianas, una predilección por los pobres, los necesitados, los desprotegidos de la sociedad. La riqueza humana y espiritual de las innumerables obras de caridad y de beneficencia creadas por la Iglesia a lo largo de su existencia, son el mejor monumento histórico de esta dedicación y amor de preferencia a los pobres”.
Emergencia residencial
Con frecuencia encontramos en nuestras calles a personas sin techo, víctimas de problemas personales (alcoholismo, desempleo, crisis familiar, o simple marginación social) a las que hay que proveer de una vivienda, pues difícilmente van a tener posibilidad de acceder a ella por sus posibilidades. No hay duda de que “la persona o la familia que sin culpa suya directa carece de una vivienda decente es víctima de una injusticia”. La realización integral de la persona como individuo y como miembro de una familia y de la sociedad, necesita de una vivienda adecuada. Para todos, la realidad de las personas y familias sin techo se presenta como un llamamiento a la conciencia y una exigencia a poner remedio. Los estudiosos de esta realidad nos hablan de la emergencia social y residencial en la que no se garantizan los derechos básicos de las personas más vulnerables. Tenemos ante nosotros un reto para que nadie se encuentre en situación de sin hogar, siendo sensibles al sufrimiento que supone vivir sin hogar. Como he subrayado en otras ocasiones, nadie escoge libremente vivir en la calle. Todas las personas deben tener un hogar, este es nuestro compromiso humano y cristiano.
Os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela