Apóstoles para los jóvenes
Queridos diocesanos:
El Día del Seminario nos motiva a mirar a nuestros seminarios, mayor y menor, instituciones diocesanas cuya finalidad es acompañar y preparar a los jóvenes que han sentido la llamada del Señor para el ministerio sacerdotal. No pueden ser algo ajeno al dinamismo vital de la Diócesis y todos los diocesanos hemos de sentirnos implicados en esta realidad.
Iglesia apostólica
Este año el lema de la Jornada propuesto a nuestra reflexión es: “Apóstoles para los jóvenes”. Vivimos y creemos en la Iglesia fundada en los Apóstoles, testigos oculares de Cristo, asumiendo el estilo de vida de la Iglesia apostólica significado por la escucha de la Palabra, los sacramentos, la comunión, la misión… En la Iglesia Papa y Obispos son de forma específica sucesores de los apóstoles, y por tanto última instancia para el discernimiento de la apostolicidad y consiguientemente de la autenticidad eclesial. Así “los presbíteros junto con los obispos participan del único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo, de manera que la unidad misma de consagración y misión exige su comunión jerárquica con el orden episcopal… Los obispos los tienen como colaboradores y consejeros necesarios en el ministerio y función de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios” (PO 7).
Sacerdotes para los jóvenes
En este sentido los sacerdotes son considerados como “apóstoles para los jóvenes”. Bien está recordar que el apóstol es antes discípulo, condición esta que jamás debe perder. Entrar a formar parte del discipulado lo determina no el voluntarismo humano sino el llamamiento de Cristo. “Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él” (Mc 3,13). Y estos son llamados desde las diferentes circunstancias en que se encuentran. Es curioso porque en el momento de la llamada no dicen una palabra. Simplemente siguen al Señor, “sorprendidos y con temor” (Mc 10,24.26.32). El carácter permanente del discípulo es el seguimiento: ir detrás de Jesús, ir con él, seguirle. Aquí encuentran eco aquellas palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34). No se puede olvidar que confesar a Cristo es arriesgar la vida y que su seguimiento conlleva sufrimiento y glorificación: “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará” (Jn 12,26).
Esta enseñanza de Jesús exige a los apóstoles conformar su vida con él, perdonando como él perdonó, mostrándose sinceros y humildes, no buscando la propia gloria o el propio interés, despojándose de sí mismos como él “que se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,7-8). El apóstol ha de administrar bien lo que ha recibido, siendo virtud esencial la fidelidad. La mundanidad y la infidelidad dificultan la transmisión del mensaje de la fe. En la humildad percibimos que llevamos este tesoro en vasijas de barro “para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2Cor 4,7). Los apóstoles están en el mundo pero no son del mundo (cf. Rom 1,1ss). Esto lo refleja san Pablo cuando escribe: “Atribulados en todo, pero no aplastados: apurados, más no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, más no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2Cor 4,8-10).
El apóstol para los jóvenes
Normalmente les preguntamos a los jóvenes pero es necesario dejarnos preguntar por ellos a la hora de acompañarles y cuidarles mediante la Palabra de Dios y la celebración de los sacramentos. Escucharles y conocer sus aspiraciones e inquietudes es imprescindible para servirles. No son pocos los prejuicios que tienen hacia la Iglesia aunque manifiestan que la desean fiel a Cristo y al evangelio y quieren pastores que den a conocer a Dios cercano, que dejen ver el rostro materno y misericordioso de la Iglesia y que sean comprensivos y alegres. Permitidme que rompa una lanza en favor de las vocaciones jóvenes al sacerdocio. No desanimemos a éstos cuando el Señor los llama. Caminar junto a Jesús es la mejor escuela de vida. ¡Cuántas vocaciones han quedado en nada porque no tuvimos la valentía de acompañarlas en su momento!
Exhortación final
Queridos diocesanos, queridos jóvenes, tampoco vosotros tengáis miedo de acercaros a vuestros sacerdotes. Os animo a pedir por las vocaciones al ministerio sacerdotal y a ayudar económicamente a nuestros Seminarios Mayor y Menor, colaborando también de este modo a la mejor formación humana, intelectual, espiritual, comunitaria y pastoral de nuestros seminaristas, a quienes ponemos bajo el patrocinio del Apóstol Santiago, de San José y de María, Reina de los Apóstoles.
Os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.