“Creemos en la igualdad y en la dignidad de las personas”
Queridos diocesanos:
Hace sesenta años un grupo de mujeres de la Acción Católica con gran sentido de humanidad y mirada de fe, pusieron sus esfuerzos en la lucha por una vida digna al ver a tantas personas que pasaban hambre. Hoy el hambre sigue siendo noticia cuando 820 millones de personas están padeciendo esta realidad y 1.300 millones se encuentran en la pobreza, siendo tristemente protagonistas los rostros de niños y de mujeres. Parece incomprensible que esto esté sucediendo en nuestro mundo, pero esta es la realidad.
Igualdad y dignidad de las personas
Teóricamente damos por sentado que todas las personas somos iguales en derechos y en dignidad. Manos Unidas comienza un trienio de concienciación en esta clave: “Promoviendo los derechos con los hechos”, cuando hace también setenta años tenía lugar la Declaración Universal de los Derechos Humanos. “El movimiento hacia la identificación y proclamación de los derechos humanos es uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana”1. Sin embargo se percibe que esto no lo hemos hecho convencimiento operativo en ese esfuerzo constante por el bien común. El Concilio Vaticano II nos recordaba que el bien común es “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de los miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”2. En este sentir el papa Francisco afirma que el bien común presupone el respeto a la persona humana con sus derechos básicos e inalienables, reclama el bienestar social, requiere la paz social que no se produce sin atención particular a la justicia distributiva3. Cuando en nuestro mundo hay tantas personas privadas de los derechos básicos como las que pasan hambre, trabajar por el bien común es una llamada a la solidaridad y a la opción preferencial por los pobres.
“Tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25, 35)
El Señor se identificó con los que tenían hambre y a los que se les dio de comer (Mt 25,35ss). Si queremos tener los mismos sentimientos de Cristo, hemos de hacer una opción clara por los pobres, poniendo nuestra atención en ellos y considerándoles como a nosotros mismos. El profeta Isaías clamaba: “Tú debes partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que va desnudo y no cerrarte a tu propia carne” (Is 58,7). Cristo, el rey glorioso, que nos va a juzgar es solidario de los más humildes aunque siempre respetables. En esa solidaridad se considera rey como el que ha descendido a las situaciones humanas más bajas y las conoce perfectamente. Cuando nos encontramos con los pobres y necesitados nos estamos encontrando con nuestro propio juez. “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”4. Tendemos fácilmente a acallar nuestra conciencia con la limosna de turno ante situaciones catastróficas. El Papa nos advierte: “No nos podemos quedar tranquilos por haber hecho frente a las emergencias y a las situaciones desesperadas de los menesterosos. Todos estamos llamados a ir más allá. Podemos y debemos hacerlo mejor con los desvalidos”5. Este planteamiento tiene unas exigencias éticas y morales que son fundamentales en el día a día para nuestra implicación en el bien común. Agradezcamos el esfuerzo y la disponibilidad de las personas que con gran dedicación están trabajando más directamente en Manos Unidas de nuestra Iglesia diocesana.
Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.