El 30 de diciembre, se celebró en la Catedral de Santiago la tradicional Fiesta que recuerda la Traslación de los restos del Apóstol Santiago desde Jerusalén a Iria Flavia y que fue la primera Eucaristía celebrada en la Catedral desde que se cerró al culto para finalizar las obras de restauración.
La Misa Pontifical fue presidida por el Sr. Arzobispo, concelebrando con él, el Sr. Cardenal Arzobispo emérito de Madrid y los miembros del Cabildo Metropolitano, entre otros sacerdotes.
Antes de la Eucaristía, tuvo lugar la procesión con la reliquia del Apóstol Santiago por las naves de la Catedral. En ella participaron las principales autoridades de Galicia: el Presidente de la Xunta de Galicia, que ejercía de Delegado de S. M. el Rey y que pronunció la Ofrenda Nacional, el Sr. Presidente del Parlamento de Galicia, el Sr. Alcalde de Santiago y el General Jefe de la Fuerza Logística Operativa. En la nave central, se situaron las demás autoridades políticas, judiciales, académicas y militares.
Homilía
Excmo. Sr. Delegado Regio
Sr. Cardenal, Miembros del Cabildo Metropolitano, Autoridades
Sacerdotes, Miembros de Vida Consagrada y Laicos
Miembros de la Archicofradía del Apóstol
Radioyentes y televidentes. Peregrinos
Con la emoción contenida nos hemos reunido esta mañana en la Casa del Señor, Santiago bellamente restaurada en estos años pasados. Pido que sea un signo de la restauración espiritual de la Archidiócesis y de toda persona que venga a venerar la tumba del Apóstol Santiago.
En el umbral del Año Santo Compostelano 2021, celebramos esta fiesta tan propia nuestra como es la Traslación del Apóstol, que fortalece la esperanza cristiana no como simple espera sino como realidad dinamizadora de la vida en circunstancias fáciles o azarosas como las que estamos viviendo, buscando dejar la impronta cristiana en favor de una civilización armoniosa que ayude al desarrollo integral de la persona.
El testimonio del Apóstol Santiago es una propuesta cargada de significado que le llevó a beber el cáliz del Señor: a participar en su suerte. Su referencia nos compromete a no tergiversar la fe diluyéndola en categorías puramente racionales y naturalistas. Para el cristiano la vida es Cristo. Sin la configuración personal con Él el cristianismo no es auténtico. El cristiano es el hombre “que ha sido alcanzado por Cristo” (Fil 3,12) y que “todo lo considera pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, su Señor” (cf Fil 3, 8-11).
Este convencimiento nos guía cuando nuestra existencia discurre en la inseguridad cuyas raíces son profundas y que se manifiesta en nuestras incertidumbres y desconfianzas. Se considera que al margen de Dios la persona puede conformarse a su gusto en un proceso de deconstrucción que comporta un empobrecimiento espiritual y la pérdida del sentido de la vida, sin darse cuenta de que la fe en Dios aporta claridad y firmeza a las valoraciones éticas. También hoy Dios nos pregunta como a Adán: “¿dónde estás? Él contestó: oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí” (Gen 3, 9-10). Cuando el hombre da la espalda a Dios trata de esconderse culpando a otro y percibiendo su desnudez en la pretensión de ser como Dios, y de salvarse con sus fuerzas ignorando que la salvación viene de Él en Cristo. “Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de los hombres”.
La espiritualidad cristiana ayuda a superar nuestros propios límites, sin miedo a afrontar la realidad de cada día, y a abrirse a la trascendencia en la búsqueda de la felicidad plena y definitiva que anhelamos: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, escribía san Agustín. Es necesario cuidar también la salud espiritual, saliendo de nosotros mismos para vivir la solidaridad y la comunión con el prójimo. Los rostros de los otros son un espejo que nos permite conocernos a nosotros mismos sin dejarnos atrapar en las redes de los prejuicios convencionales al uso que nos impiden crecer en libertad para estar siempre disponibles, sabiendo que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. En medio de la crisis humanitaria y sanitaria que nos afecta, la distancia social aconsejada ha de acrecentar la cercanía del corazón.
Este es hoy nuestro desafío moral y ético como lo fue para los contemporáneos del apóstol Santiago que reconocieron en Cristo la presencia de Dios. “Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él” (Jn 3, 2), le dijo Nicodemo. El pasaje del Evangelio proclamado, del que Santiago fue testigo privilegiado, no promete curaciones milagrosas para todos y para todo. La persona busca siempre remedios a sus males, sobre todo a aquellos ante los que se siente impotente, agarrándose a toda esperanza. Pero Cristo, Palabra de la vida, no es el curandero de última hora al que recurrir. La grandeza de las curaciones obradas por Él no está en lo que se ve y obra exteriormente sino en lo que significa y promete. La curación de la mujer enferma y la resurrección de la hija de Jairo significan que Dios ha tomado en su mano la suerte del hombre, manifestándose como quien hace triunfar la vida y preserva la existencia de sus criaturas, no eliminando las enfermedades y la muerte sino reconduciéndolas a la gloria de la vida eterna, tan bellamente percibida en la restauración de nuestra catedral. Un día no habrá muerte, ni luto, ni lamento: todo esto pasará (Ap 21,4). El último enemigo, la muerte, será vencido (1Cor 15, 26), promesa contenida en estos milagros que son señales de esperanza. Toda ideología se para ante el límite oscuro de la muerte (Rom 8,35) pero nosotros sabemos que somos de Dios en la vida y en la muerte. La crisis de fe desemboca en una crisis de esperanza.
“No momento que estamos a vivir, despois de que a pandemia do coronavirus nos fixo a todos conscientes do fráxiles e vulnerables que somos, de canto dependemos do que sucede, estas palabras destacan cunha evidencia renovada e dramática debido ao seu alcance”. Non debemos ser meros espectadores, estamos chamados a ser construtores da sociedade segundo o plan de Deus, superando odios e rexeitando todo tipo de violencias, non aceptando designios de morte e manifestando con claridade a dignidade de todo ser humano, procurando sempre o ben común por encima dos nosos intereses persoais e valorando o tempo pois para a fe cristiá é semente de eternidade (cf. 2 Cor 4,17).
Con confianza poño sobre o Altar, co Patrocinio do Apóstolo, a vosa ofrenda, Excmo. Sr. Delegado Rexio, tendo en conta as intencións das Súas Maxestades e da Familia Real, dos nosos gobernantes estatais, autonómicos e locais, das familias que choran a perda dos seus seres queridos pola pandemia ou outras causas, e de todos os que formamos os distintos pobos de España, de xeito especial dos queridos fillos desta terra galega. Encomendo ao amigo do Señor esta querida Arquidiocese Compostelá para que asuma o compromiso de transmitir o legado da fe. Pido por unha celebración chea de froitos espirituais do Ano Santo compostelán, pola santificación da familia a fin de que realice a súa misión de coidar e educar os seus fillos en liberdade e tranquilidade de espírito, e tamén pido pola Vosa Excelencia, Sr. Oferente, a súa familia e os seus colaboradores, sabendo que podemos contar coa axuda de Deus e do Apóstolo Santiago. Amén.