El 17 de mayo, la Archidiócesis de Santiago de Compostela estaba convocada para agradecer a Dios el ministerio episcopal de Mons. Julián Barrio Barrio desde su llegada a Santiago en el año 1993, como Obispo Auxiliar, posteriormente como Administrador Diocesano, y, en los últimos 27 años como Arzobispo Compostelano.
La SAMI Catedral de Santiago de Compostela acogió la Eucaristía de Acción de Gracias, que fue presidida por Mons. Barrio, acompañado por el arzobispo electo de Santiago, Mons. Francisco Prieto, el obispo de la Diócesis de Tui-Vigo, Mons. Luis Quinteiro, el obispo de la Diócesis de Ourense, Mons. Leonardo Lemos, así como alrededor de 150 presbíteros y una amplia representación de todos los fieles diocesanos, que llenaban las naves de la Catedral.
Finalizada la Eucaristía, se celebró un acto de homenaje a D. Julián en la iglesia de San Martín Pinario, presentado por los periodistas Paula Pájaro y Alejandro López, y en el que se fueron intercalando vídeos, testimonios de agradecimiento y música.
El hilo conductor fue su lema episcopal: “En tu Palabra, echaré las redes”. Tomaron la palabra D.ª Yolanda Sánchez, Delegada Diocesana de Pastoral Penitenciaria, poniendo voz a la acción socio-caritativa de la Diócesis; Sor Margarita García Carreira, Hija de la Caridad, en nombre de la Vida Consagrada, Carmen, una joven que recitó una poesía; D. Rubén Aramburu, Sacerdote, el primer sacerdote diocesano en ser ordenado por D. Julián,
representando al presbiterio diocesano; D. Alfredo Losada Suárez y D.ª M.ª Dolores Martiñán Loureiro, matrimonio y representantes en el Sínodo; D.ª María Beatriz García Villar y D. Ramón Javier Millán Pérez, catequistas de san Juan de calo y santa Uxía de Ribeira; y Sor Alicia, religiosa en el Centro Internacional de Acogida al Peregrino.
La parte musical corrió a cargo del grupo “PEDAL”, Potente Equipo De Animación Litúrgica, y de una familia de Fisterra.
Antes de que el Sr. Arzobispo se dirigiese a los asistentes, Mons. Prieto le entregó un obsequio en nombre de toda la Diócesis: un boceto del retrato de Mons. Barrio, que será colgado en la Curia Diocesana, obra del pintor D. Manuel Quintana Martelo.
El acto finalizó en el claustro del Monasterio de San Martín Pinario, donde se ofreció un aperitivo y el Sr. Arzobispo Administrador Apostólico pudo dialogar con los asistentes.
a.- Homilía en la Misa de Acción de Gracias
Cuando desfallece el entendimiento toma vuelos el afecto, escribía San Buenaventura. Este es lo que me mueve al sentirme acompañado por vosotros en esta Eucaristía al concluir ya mi misterio episcopal en esta querida Archidiócesis. Llego a este encuentro lleno de gratitud a Dios, a la Virgen María, al Apóstol Santiago, a todos los diocesanos, a mi familia y a tantas personas con cuya colaboración he contado. Hace treinta años, en oración, en esta Iglesia Catedral recibía el ministerio episcopal. Hoy con todos vosotros doy gracias a Dios por estos años de ministerio episcopal en los que he ido experimentando que el Señor enriquece la pobreza y fortalece la fragilidad, recordando que es Él quien me ha llamado, elegido y enviado (Jn 15,16) sin merecimiento alguno por mi parte. “Mi palabra y predicación no han sido con persuasiva sabiduría humana para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios”. Y en esta conciencia me he dado cuenta de la gran desproporción entre el don recibido y mi condición humana. Con la Virgen María proclamo la grandeza del Señor que me hace digno de servirle en su presencia.
A pesar de los veinte siglos que nos separan, la sociedad de Atenas con la que se encuentra Pablo y la nuestra tienen bastante en común. La cultura y el progreso nos enorgullecen de forma que las verdades sobre Dios y la maravilla de la resurrección de Cristo suenan a broma como curiosidades para otra ocasión. Y sin embargo Dios no es negociable en la vida de la persona. En la perspectiva de lo eterno he buscado entender el ministerio episcopal recibido, que he encarnado durante estos años, a pesar de las debilidades y limitaciones, con dedicación en esta Diócesis
que vertebra sus ritmos con la acogida de tantos peregrinos. Fue la misión que la Iglesia me encomendó y que debía llegar a todos. He intentado ser puente, consciente de que el puente debe estar unido a las dos orillas, para que pueda servir. De lo que no haya podido conseguir el responsable soy yo, de lo conseguido doy gracias a Dios y a quienes me han acompañado. Amar y servir a la Iglesia en Galicia lo he sentido como una necesidad.
El apóstol Santiago que se comprometió a beber el cáliz del Señor, ha sido una referencia luminosa en el discurrir de este tiempo entre vosotros. La vida ministerial es posible vivirla solamente a la sombra de la fe, envueltos a veces en el silencio de Dios pero dejando todo en sus manos como administradores de sus misterios. En un día así desearía poder decir estas palabras de San Pablo: “Para mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni siquiera yo me pido cuentas… Mi juez es el Señor. El iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece”. Esto motiva siempre a buscar los intereses del Señor y no el propio bienestar material o incluso espiritual. Los buenos siervos no trabajan para aumentar su caudal personal sino para acrecentar la propiedad del Señor, pues “lo demás se nos dará por añadidura”.
En contra de lo que le manifiesta su experiencia de pescador, Pedro obedece la orden de echar las redes para pescar. “En tu palabra, Señor”. Entonces se da cuenta de la distancia insuperable: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. En toda misión auténtica se percibe la distancia entre la persona que la recibe y Dios que la da. En el vacío de esta distancia da Jesús a Pedro la misión de ser pescador de hombres. Y además le quita el miedo que sólo sería un obstáculo para el cumplimiento de la misma. Ser pescador
de hombres es para Pedro tan desproporcionado con respecto a él que el miedo no tendría ningún sentido. Sólo cabe obedecer humildemente: “Ellos sacaron las barcas a tierra y dejándolo todo le siguieron”.
Mi gratitud al Papa San Juan Pablo II que me encomendó el ministerio episcopal, a los papas Benedicto XVI y Francisco que tantos signos de benevolencia han tenido con la Iglesia que peregrina en Santiago y a quienes me siento deudor también en vuestro nombre. Desde que llegué me encontré con vuestro afecto, comprensión y acogida que tanto me han ayudado, siendo cristiano con vosotros y obispo para vosotros como decía San Agustín. Agradezco la colaboración y disponibilidad que siempre tuve en los obispos auxiliares, vicarios, sacerdotes, miembros de vida consagrada y laicos. Toda gratitud por mi parte siempre será poca. También agradezco la colaboración en nuestras autoridades para tantos eventos propios de nuestra Diócesis y las atenciones benevolentes que han tenido conmigo, lo que sólo se comprende por la generosidad y la bondad de quienes que me las han concedido. He tratado de acompañaros y me he sentido acompañado. Ahora inicio esta nueva etapa hasta que Dios me llame a su presencia donde espero que me muestre el tapiz de mi vida por la cara en la que no se vean los hilos sueltos y los nudos. También a partir de ahora seguiréis formando parte de mi vida. Me he dado cuenta en estos treinta años de ministerio episcopal, que uno cuenta con la confianza de los demás, cuando ha puesto en ellos la suya y que da más fuerza saberse amado que reconocerse fuerte. La historia no es una cosa que pertenece sólo al pasado, pero el dinamismo del pasado alcanza al presente y nos lanza al futuro. También yo llegué como peregrino de la fe.
Este convencemento hoxe lévame a facer unha confesión de vida pensando naquilo que desexase que non tivese lugar na miña vida diante de Deus, o que poño ante El e ante a Igrexa para ser curado pola graza. É momento dunha confesión de fe na certeza de que Deus, no seu amor, me acolle. Canto me alegraría poder dicir como San Paulo: “Estiven convosco, e nada teño que dicirvos pois ben sabedes o que fixen e o que deixei de facer. Servín ao Señor con bágoas e con toda humildade”. Isto foi o meu propósito, consciente de que soamente podería servir á Igrexa e aos meus diocesanos se lograba servir ao Señor. Quen moito ama, moito sofre e moito goza. Quen pouco ama, sofre menos e goza menos. Lembro aquelas palabras de Santo Agostiño: “Se me amas non penses en apacentarte a ti mesmo, senón ás miñas ovellas; apacéntaas como miñas non como túas; busca a miña gloria nelas, non a túa; a miña propiedade, non a túa; os meus intereses, e non os teus”. Os que apacentan as ovellas coa disposición de que sexan súas e non de Cristo demostran que se aman a si mesmos e non a Cristo. Quen entra en comuñón con El xa participa na vida que non coñece termo. “Xesús Cristo é o noso camiño cara á casa do Pai e tamén cara a cada home a quen lle dá a súa luz e forza para que poida responder á súa máxima vocación”.
O ministerio compromete de modo total. Non ceso de experimentar asombro e agradecemento pola gratitude con que o Señor me escolleu, pola confianza que deposita en min, polo perdón que nunca me nega e pola oración e colaboración que sempre encontrei en tódolos diocesanos. Queridos irmáns e irmás, damos grazas ao Señor porque é bo, e eterna a súa misericordia. Que a Raíña dos Apóstolos e Santiago Apóstolo intercedan para que esta Igrexa diocesana sexa un testemuño de Cristo, Bo Pastor, no medio da nosa sociedade. Amén.
b.- Palabras de Mons. Barrio en el acto de homenaje
¡Grazas, moitas grazas! O meu agradecemento a quen preparou esta homenaxe con tanto saber, afecto e elegancia. ¡Moitas grazas a todos vostedes que participan neste acto!
“Quen pensou o máis fondo, ama o máis vivo, e quen queira percibir o invisible co corazón ha de observar o visible” (Hölderlin). Con humildade, na misión que a Igrexa me confiou na Diocese compostelá xa trinta anos, tratei de ir labrando o voso respecto sen pretender contar coa vosa admiración, que sempre depende máis da bondade de quen admira que do esforzo de quen quere ser admirado. A resposta pola miña banda é a gratitude sincera e oxalá fose tanta como a que a Arquidiocese compostelá se merece. Falo nestes termos, xa que este recoñecemento que recibín posibilítame o facelo. Veño xeograficamente dunha terra onde a luz madura con forza e onde as noites escuras fan visible a vía láctea, que se fai camiño de terra para chegar a Santiago, e na que a paisaxe está configurada pola recia aciñeira e o flexible chopo. Aquí atopei o carballo e o eucalipto, similares no seu reciedume e flexibilidade. Reciedume serena e mirada esperanzada cara ao alto son as claves que atopei na xente galega que é a miña xente, que son a súa xente. Isto configuroume como discípulo para tentar ser mestre, porque, como di Rosalía de Castro: “Nesta terra tal encanto / se respira… Triste ou probe, / rico ou farto de querbanto, / ¡se encariña nela tanto / quen baixo o seu ceu se crobe…!”
Sendo admirable esta comunidade galega na súa terra e mar, nas súas aldeas, vilas e cidades, na súa cultura, lingua e tradicións, as súas institucións e xentes, na súa capacidade para mirar sempre
adiante con sentidiño e non quedar cegada ante o lóxico e necesario progreso, deime conta de que son moitos os valores do pobo galego, pero o máis importante deles consiste en ofrecer unha meta para o espírito do ser humano, que se rebela contra os intentos de facelo desaparecer baixo a asfixia do materialismo. A capital de diocese “é unha cidade na que converxe todo o continente. Nela atópase o centro e a periferia, e constitúe un lugar altamente simbólico para redescubrir a gran riqueza de Europa unida na súa tradición relixiosa e cultural”, como acaba de dicir o papa Francisco. A Catedral Compostelá é testemuña secular do magnetismo que exerce o Apóstolo Santiago sobre tantas persoas, que desexan emprender un novo camiño para o seu espírito.
Canto máis rapidamente camiña a humanidade, tanto maior é a necesidade que sente duns cimentos firmes. O rito, o misterio e a tradición cultural da peregrinación a Santiago, seguen sendo un instrumento axeitado, susceptible de expresar o sentido profundo da existencia humana e, polo tanto, da vida de fe cristiá na procura do mellor que só se consegue a través da Verdade que nos fai libres. “Non hai sistemas que anulen por completo a apertura ao ben, á verdade e á beleza, nin a capacidade de reacción que Deus segue alentando desde o profundo dos corazóns humanos”. A isto tentei colaborar, tendo sempre en conta que “a Igrexa non é soño de grandeza, senón de disposición de servizo ata dar a vida”, aínda que ás veces haxa que camiñar á intemperie. “O símbolo da Igrexa non é a torre de marfil, se non a tenda de Deus entre os homes”. “Non ten por que acudir á apoloxética en calquera obxección crítica nin avogar por cousas, circunstancias ou acontecementos do pasado ou do presente a calquera prezo, co cal non faría máis que perder en credibilidade”.
Al dirigirme a Vds. poco más habrán podido apreciar que las limitaciones de mi ingenio y de mi palabra. Al final me sobrevendrá la ventura de su bondad manifestada en el asentimiento. Traigo a la memoria aquellas palabras de uno de los labradores que refiere Cervantes en el Quijote, después de un atinado juicio de su fiel escudero Sancho: “Si el criado es tan discreto, ¡cuál debe ser el amo! Yo apostaré que si van a estudiar a Salamanca, que a un tris han de venir a ser alcaldes de corte. Que todo es burla, sino estudiar y más estudiar, y tener favor y ventura; y cuando menos se piensa el hombre, se halla con una vara en la mano o con una mitra en la cabeza” (Cervantes, Don Quijote de la Mancha, II, 66). En mi caso, la mitra apunta no a mis méritos o esfuerzos sino a la gracia de Dios que pide la misión y da lo que pide.
Día a día hemos de conquistar lo que se nos ha legado. Y esto sólo puede hacerse animando y configurando nuestra cultura y analizando críticamente las manifestaciones degenerativas. “Pasado y futuro, tradición y promesa han de ayudarnos a interpretar el presente de la sensibilidad humana, religiosa y cristiana, anunciando una visión del camino humano llena de esperanza en un futuro mejor”. Escribía el historiador francés Marc Bloch: “La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado; pero no es quizás menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente”. El objetivo de este conocimiento se centra en conectar la realidad con la razón, de forma que resulte posible y factible comprender las sociedades humanas en el tiempo. Un desacorde conjunto de monólogos, en el que todos hablan y pocos escuchan, parece caracterizar nuestro momento actual. Así ponemos en cuestión el diálogo y la concordia, esenciales en la convivencia. En mis años
de estudiante en Salamanca me llamó la atención esta frase del autor latino Cayo Salustio Crispo, que se exhibe como emblema en la fachada plateresca de la universidad: “Pace ac concordia parvae res crescunt, discordia maximae dilabuntur” (= “En paz y armonía las pequeñas cosas crecen, en discordia las grandes decaen”).
En esta clave la iglesia compostelana sale al encuentro de nuestra sociedad y de todos los peregrinos, creyentes y no creyentes, ofreciéndoles en actitud de diálogo su acogida, invitándoles a entrar en el espacio sagrado, franqueando el magnífico Pórtico de la Gloria para orar, unos al Dios conocido por la fe, otros al Dios Desconocido. No corramos el riesgo de horizontalizar nuestra vida en un futuro próximo. La búsqueda de la verdad no es fácil. Colaboremos a encontrarla con valentía pues no hay atajos hacia la felicidad y la belleza de una vida plena.
Seguiré siendo peregrino “para el que el día no comienza en donde acaba otro día y al que ninguna aurora encuentra en donde lo dejó el atardecer” (Khalil Gibran). Reitero mi agradecimiento a toda la Iglesia compostelana. ¡Muchísimas gracias!