El Evangelio nos llama a estar siempre atentos y formados en la verdad. La formación en prevención de acoso busca sensibilizar, educar y dotar a todos los agentes de la Iglesia de herramientas para reconocer y actuar frente a situaciones injustas, fomentando un ambiente saludable y fraterno.
La dignidad de cada persona no es negociable, y que en el trabajo y en la convivencia diaria, la comunidad cristiana debe ser un espejo de la misericordia del Señor. Se rechazan toda forma de acoso y violencia, actuando con firmeza para crear un clima de paz y respeto.
El Evangelio señala que toda vida humana posee un valor sagrado, creado a imagen del Creador. La Iglesia, en respuesta a la gravedad de los abusos, ha promulgado textos magisteriales, como la Carta Vos estis lux mundi, que llaman a una profunda renovación en actitudes y medidas disciplinarias para que el amor y la justicia…
Se nombran a personas preparadas y comprometidas para coordinar y gestionar los recursos destinados a prevenir y atender abusos, reflejando que la caridad y la justicia andan de la mano en la misión pastoral de la Iglesia.
Como comunidad cristiana, estamos llamados a proteger a los más vulnerables. La creación de este servicio refleja el compromiso de la Iglesia por atender con cariño y eficacia a quienes han sufrido abusos, ofreciendo apoyo desde una perspectiva humanista, jurídica y psicológica, en línea con la enseñanza del Evangelio sobre la dignidad de cada persona.
El Evangelio nos invita a promover un ambiente de respeto, igualdad y dignidad en el trabajo. Este protocolo establece normas claras para prevenir el acoso psicológico, sexual y por razón de sexo, garantizando que todos sean tratados con justicia y sin miedo a represalias, promoviendo una cultura de respeto mutuo.
La misión requiere una visión que integre todos los aspectos de la vida de la Iglesia, fomentando la sinodalidad, la comunión, la participación y el compromiso. La renovación espiritual y estructural debe estar orientada a hacer a la comunidad más capaz de irradiar la luz de Cristo en cada ámbito de la sociedad.
La acción evangelizadora presupone una actitud de escucha y disponibilidad al Espíritu Santo. La contemplación, el silencio, la oración y la conversión del corazón deben ser componentes esenciales en la vida y misión de la comunidad eclesial.
La vivencia de la presencia de Cristo debe hacerse en comunidad, promoviendo una cultura de participación activa y de profunda comunión. La comunidad es el espacio donde se comparte, celebra y testimonia la fe, fortaleciendo la experiencia personal y comunitaria del amor divino.
La credibilidad del evangelizador está en su coherencia de vida. Solo quien ha sido evangelizado puede evangelizar. La vida cristiana modelada por el Evangelio, sostenida en la oración y en la comunión, atrae y evangeliza auténticamente.