La fe, ancla de la esperanza
Queridos diocesanos:
Nuevamente me dirijo a vosotros en la fiesta tan entrañable de la Virgen del Carmen, patrona de las gentes del mar, para mostraros el afecto, la cercanía y la comunión de toda la comunidad diocesana.
Vuestras vidas y preocupaciones, lo sabéis bien, no son ajenas a la solicitud de la Iglesia que está a vuestro lado, con vosotros y con vuestras familias; que os acompaña en estos momentos de fiesta y alegría, os apoya en vuestras justas reivindicaciones, y sufre con vosotros cuando la vida os acerca más a Jesucristo en la Cruz. ¡Cómo no recordar, transformando nuestra tristeza en esperanza y nuestro dolor en oración, a las personas que perdieron la vida en la mar a lo largo de este año; particularmente a aquellos marineros del Nuevo Marcos, a quienes encomendamos a Dios y a cuyas familias y compañeros queremos renovar nuestra consideración y nuestra disponibilidad a acompañarles como comunidad cristiana!
El dinamismo de la fe cristiana
El lema que la Iglesia propone para este día es: “La fe es nuestra fuerza”. Ciertamente, la fe nos sostiene en los afanes de cada día, y da sentido a nuestro cansancio y al deseo compartido de un mundo mejor. No es un estorbo, ni mucho menos una ilusión vana que nos aparte de los verdaderos problemas de la vida. Al contrario, la fe es luz y fuerza, que nos orienta y nos impulsa, nos ayuda a afrontar las dificultades con espíritu esperanzado, y nos acerca a los demás, reconociéndoles como hermanos nuestros. Es la brújula que nos marca el norte de nuestra existencia y el radar que ayuda a sortear los obstáculos y peligros, con el timón de la esperanza cristiana y de la caridad que hemos de llevar en el barco de nuestra existencia. Es necesario recuperar la centralidad de la dimensión religiosa en la vida, abrir espacio a las grandes preguntas que nos acompañan y mostrar la dimensión humanitaria que genera la fe cristiana. La vida se obscurece si no se abre a Dios.
La fe, alimentada con la oración y los sacramentos, vivida solidaria y fraternalmente en la comunidad cristiana, nos hace fuertes y, apoyados en ella en el ámbito de nuestro trabajo nos ayuda a cambiar este mundo, a hacerlo más humano, y a modelarlo según el plan de Dios. Os lo manifestaba bellamente, con motivo de la Visita Apostólica a España en 1982, en la plaza del Obradoiro, san Juan Pablo II cuando decía: “No se me oculta que, en medio de vuestras afanosas tareas, pueda a veces insinuarse el desaliento o adensarse la neblina que cubre la fe. Es entonces cuando habéis de saber recurrir a la oración y recordar que el Señor no os abandona, que habéis sido llamados por Jesús para estar con Él en su barca, donde El vela por vosotros; aunque a los ojos humanos pudiera dar la impresión de haberse rendido al sueño: “¡Hombres de poca fe! ¿Por qué teméis?” (Mt 8, 26). La fe incondicionada y sin temores en la presencia cercana del Señor ha de ser la brújula que oriente vuestra vida de trabajo y de familia hacia Dios, de donde viene la luz y la felicidad1.”
“Echar el ancla en Dios”
Pensando en vuestras jornadas de trabajo, a menudo largas y agotadoras, vienen a mi mente unas palabras del papa Francisco, pronunciadas recientemente en la ciudad italiana de Génova, donde estaban muchos compañeros vuestros en las faenas del mar. El Papa les dijo: “En nuestras jornadas corremos y trabajamos tanto, nos empeñamos en muchas cosas; pero corremos el riesgo de arribar a la tarde cansados y con el alma cargada, iguales a una nave cargada de mercadería que después de un viaje fatigoso entra en el puerto con el deseo solamente de atracar y apagar la luz. Viviendo siempre corriendo y tantas cosas por hacer, nos podemos perder, cerrarnos en nosotros mismos e inquietarnos por algo sin sentido. Para no quedar sumergidos en este “malestar existencial”, recordemos cada día “echar el ancla en Dios”: llevemos a él los pesos, las personas y las situaciones, confiémosle todo. Es esta la fuerza de la oración, que une el cielo con la tierra, que permite que Dios entre en nuestro tiempo”2.
Junto con toda la familia diocesana, os encomiendo particularmente a nuestra Señora del Carmen, estrella de los mares, para que mantenga viva vuestra fe, y os haga fuertes en Jesucristo. Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
1 JUAN PABLO II, Discurso a los hombres del mar, 9 de noviembre de 1982.
2 FRANCISCO, Homilía en la Misa en la plaza Kennedy de Génova, 17 de mayo de 2017.