“Navidad: La revolución de la ternura”Queridos diocesanos: En el tiempo litúrgico del Adviento nos preparamos para celebrar con gozo la solemnidad de la Navidad, recordando el nacimiento de Jesucristo, quien al hacerse uno de nosotros, se hizo camino para todos, “un camino que tiene anticipada la meta a la que orienta, porque desvela la verdad futura y nos la entrega como vida… Es el camino de ida a los hombres porque primero fue el camino de venida de Dios a los hombres”1. Significado de la ternura Más allá de gestos sensibleros, considero que la Navidad es una ocasión providencial para descubrir la ternura de Dios con nosotros y comprometernos a manifestarla con los demás. El hilo de nuestra historia de salvación es la ternura de Dios: “¿Puede una madre olvidar al hijo que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré” (Is 49, 15). “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios” (Is 40, 1). “No temas porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa” (Is 41,10). Esa ternura la percibimos en el Niño Dios acostado en un pesebre, necesitado como nosotros de los cuidados propios al nacer. El papa Francisco describe la ternura como “el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. La ternura es usar los ojos para ver al otro, usar los oídos para escuchar al otro, para oír el grito de los pequeños, de los pobres, de los que temen el futuro; escuchar también el grito silencioso de nuestra casa común, la tierra contaminada y enferma. La ternura consiste en utilizar las manos y el corazón para acariciar al otro, para cuidarlo”2. Contemplar al Niño Jesús en el pesebre nos ayuda a salir de nuestra indiferencia, hastío y tristeza, sintiéndonos salvados. ¿Qué nos pasa si ya no somos capaces de albergar este sentimiento? Escribía san Agustín que es necesaria la humildad para entrar en el misterio de la Encarnación del Verbo. Signos de la ternura del Hijo de Dios La encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios son expresión reconocible del amor de Dios al hombre. En los Evangelios vemos cómo Jesús plasma la ternura en los encuentros con las personas: “Venid y lo veréis”, les dice a los primeros discípulos. Antes había comentado a María y a José preocupados: “¿No sabías que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?”(Lc 2,49). “Miró al joven rico, lo amó y le dijo: Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, y luego ven y sígueme” (Mc 10,21-22). Al mirar a la multitud debilitada en sus fuerzas (Mc 8,2), que le acompañaba, les dice a los discípulos: “Dadles vosotros de comer”. “Compadecido con el leproso, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio” (Mc 1,41). “Mujer, nadie te ha condenado; vete y no peques más”, le dice a la pecadora (Jn 8,10). “Echad la red a la derecha de la barca”, pero ya les tenía sobre las brasas el pescado y pan para comer (Jn 21,9). Devuelve a la madre viuda el hijo resucitado (Lc 7,15). A los padres de la niña Talitha les indica que le den de comer (Mc 5,43). Llora con la familia de Lázaro (Jn 11,35). “Mete tu dedo en mis llagas y tu mano en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27), le aconseja al apóstol Tomás. Son otros tantos apuntes de la ternura de Jesús. Compromiso para la Navidad No podemos sólo admirar estos gestos de Jesús reflejando la ternura de Dios Padre. Estamos llamados a imitarlos siempre, fijándonos en la cueva de Belén que se convierte en tienda de la ternura. Es una llamada a repartir la ternura a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos. La ternura transforma y revoluciona nuestra vida. Se trata de servir a la vocación de la persona, sabiendo que mientras más vacío está su corazón, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir, y que “la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca”3. El nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre genera un juicio cultural y una experiencia de vida significativa para todos. “Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco”4. El hacerse presente serenamente ante cada realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de realización personal. Para ello es necesario vivir el espíritu de pobreza y austeridad, y dejarnos sorprender por Dios. Entonces ya hay ternura en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta ternura que nace del encuentro, de la relación con los demás, de sentirse aceptado, comprendido y amado. La ternura no es la virtud de los débiles. Hagámonos prójimos de los demás. ¡Ayudemos a las personas necesitadas material y espiritualmente! Con ellas hemos de vivir el espíritu de la Navidad, llevándoles la Luz que brilló en Belén y ofreciéndoles nuestra colaboración. Pienso y rezo por los hogares en los que el recuerdo en estas fechas se convierte en tristeza. ¡Feliz Navidad a todos! Os saluda con afecto y bendice en el Señor, + Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela.
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