Excmo. Sr. Delegado Regio
Sr. Cardenal. Obispo Auxiliar
Miembros del Cabildo Metropolitano. Autoridades
Sacerdotes, Vida Consagrada y Laicos
Miembros de la Archicofradía del Apóstol
Radioyentes y televidentes. Peregrinos
Una de las fiestas propias de la Iglesia que peregrina en Santiago de Compostela es la que estamos celebrando al recordar la traslación de los restos del Apóstol Santiago comprometido en llevar el Evangelio hasta el llamado Finisterre.
¿Qué significado tiene esta fiesta? Las reliquias del Apóstol son memoria y testimonio, signos pobres y frágiles de lo que fue su cuerpo con el que pensó, trabajó, rezó, y experimentó el martirio. De esta realidad se sirve Dios para hacer brillar su poder y su gloria. La Iglesia considera que las reliquias de los santos son dignas de veneración. “Dios ha escogido lo necio del mundo para humillar a los sabios; y lo débil del mundo para humillar lo poderoso” (1Cor 1,27). En este sentido decimos: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los pequeños” (Lc 10,21).
La fe intrépida y la invencible esperanza del Apóstol se entienden fácilmente al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre en estos días. Fue Jesús el que llamó a Santiago y a su hermano Juan y estos dejándolo todo le siguieron con una actitud de obediencia y fidelidad. A ellos les dio el privilegio de ser testigos de acontecimientos relevantes como la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración en el monte Tabor y la oración en el huerto de los olivos. Seguramente Santiago, el protomártir de los apóstoles, vivió su martirio en la clave de la Transfiguración del Señor. Esta es una manifestación de Dios Padre y de su Hijo que vino a este mundo escondido en un velo, apareciendo como un hombre cualquiera: “¿No es este el hijo del carpintero?”, decía la gente. “¿No se llama María su Madre? ¿Sus parientes no están entre nosotros?”. No obstante era Dios. La transfiguración es la imprevista transparencia al exterior de esta realidad profunda de Jesús. La gloria divina refulge sobre su rostro, oyéndose la voz del Padre: “Este es mi Hijo el Predilecto”. Aquel día los discípulos conocieron al verdadero Jesús y la luz de la gloria les deslumbró.
Ya entre los primeros cristianos, en medio de las persecuciones, surgen dudas en torno a la venida gloriosa de Cristo y algunos se preguntan: ¿Dónde está la promesa de su venida si todo continúa igual? Pedro, Santiago y Juan aportan su propia experiencia vivida en el monte Tabor. Pedro afirma que “el Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión” (2Pe3, 9). Nuestra vida de creyentes discurre en medio de pruebas; el dolor nos acompaña; el horizonte de la fe parece lejano; el mal se hace sentir con dureza. Y nos preguntamos ¿por qué acontece esto si Dios es bueno, si Dios es Padre? La vida no es teoría o una colección de referencias: la vida es amar y arriesgar e ir construyendo en el tiempo una historia única.
El camino de la cruz es difícil de entender pero el final es la resurrección de la que los apóstoles daban testimonio con alegría. Todo el universo será transfigurado porque asumirá el modo de ser glorioso y espiritual de Jesús y formará así un solo Espíritu con él. “Todos nosotros, con la cara descubierta reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente por la acción del Espíritu del Señor” (2Cor 3,18). Con la transfiguración el Señor quiere hacer discípulos preparados y fuertes en las pruebas que esperan. Los tres apóstoles que llevó al Tabor estarán en el Huerto de los olivos.
Urge dar testimonio del Evangelio. En todos nosotros hay un afán de superación, y a la vez vivimos esa tensión de aferrarnos y conservar lo conseguido. Dios nos llama a la transformación personal y social, según su proyecto manifestado en Cristo. Esto supone tomar parte en los padecimientos por el Evangelio según la fuerza de Dios, le dice Pablo a Timoteo cuando la tentación es hacer de la fe un refugio consolador pero la fe ha de insertarse en la cultura sin caer en el riesgo de hacer de la cultura la fe.
La existencia humana no puede reducirse a una forma cerrada de estar en el mundo, sino a una realidad abierta a lo trascendente. La fe y vida cristianas se nutren de la promesa de Dios, amorosamente cercano a los hombres, con los hombres, para los hombres y a través de los hombres. La secularización interna que vivimos, se manifiesta en la débil transmisión de la fe a los jóvenes que no saben qué hacer de sus vidas y que deben ser escuchados; en la disminución de vocaciones para el sacerdocio y para la vida consagrada; y en la escasa presencia pública de los cristianos haciéndose eco de la Doctrina Social de la Iglesia, buscando el bien común, defendiendo la vida desde su concepción hasta la muerte natural, apoyando a la familia, revitalizando la cultura cristiana, y velando por la ecología integral que incorpora las dimensiones humanas y sociales, exigiendo “una visión ética renovada que sepa cómo poner las personas en el centro, con el objetivo de no dejar a nadie al margen de la vida” (Papa Francisco). No medio do desasosego a esperanza cristiá asegúranos que transmitir o don da fe fai chegar aos homes a mensaxe da salvación, sentirse amados por Deus e recoñecerse a si mesmos en Cristo que nos fixo comprender que significa amar. O cristianismo é un acontecemento que nace dun encontro con Cristo, suscita o testemuño e xera a pertenza á comunidade, sendo conscientes de ser amados sen facer nada para merecelo. A evanxelización indica o camiño da felicidade plena e da liberdade verdadeira, para sentirnos salvados e amados por Deus. “A crise máis profunda que hai na Igrexa consiste en que non nos atrevemos xa a crer nas cousas boas que Deus obra en e por medio de quen lle ama” (C. Schonbörn).
O sentir relixioso non desaparecerá nunca porque non se pode eliminar do corazón do home a inquietude sobre o significado da propia vida, preguntándose sobre o misterio. Dependemos de Cristo, Camiño, Verdade e Vida. “Por todas partes, levamos no noso corpo a morte de Xesús, para que a vida de Xesús se manifeste tamén no noso corpo. Que a morte vaia actuando en nós para que tamén se manifeste en nós a vida, é dicir, que obteñamos aquela vida boa que segue á morte, vida ditosa despois da vitoria, vida feliz, terminado o combate” (Santo Ambrosio).
Con confianza poño sobre o Altar, co Patrocinio do Apóstolo, a vosa ofrenda, Excmo. Sr. Delegado Rexio, tendo en conta as intencións das Súas Maxestades e da Familia Real, dos nosos gobernantes estatais, autonómicos e locais, das persoas e familias necesitadas espiritualmente e materialmente, e de todos os que formamos os distintos pobos de España, de xeito especial dos queridos fillos desta terra galega. Encomendo ao amigo do Señor esta querida Arquidiocese Compostelá para que asuma o compromiso de transmitir o legado da nosa fe. Pido polos cristiáns perseguidos, membros dá única Igrexa de Cristo, polo fortalecemento dá nosa vida cristiá, pola santificación da familia a fin de que realice a súa misión de coidar e educar os seus fillos en tranquilidade de espírito, e tamén pido a axuda necesaria para Vosa Excelencia, Sr. Oferente, para a súa familia e os seus colaboradores. Deus nos axuda e o Apóstolo Santiago. Amén.