La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo
Queridas Miembros de Vida Contemplativa:
El tiempo pascual ha llegado litúrgicamente a su fin. No así la paz y la alegría que colmaron los corazones de los primeros testigos de la resurrección de Jesús. Paz y alegría destinadas a permanecer para siempre en los resucitados con Cristo. Pero también es cierto que dones tan grandes, recibidos por la fe en la resurrección del Señor, siguen siendo para nosotros una aspiración no colmada, una certeza hilvanada con limitaciones, una experiencia entretejida de angustias y tristezas, de alegrías y esperanzas. Los discípulos de Jesús, vivimos siempre entre un «ya», por la salvación que ya hemos visto realizada en Él, y un «todavía no», por lo que todavía esperamos ver cumplido. Por lo que ya conocemos cumplido, somos “linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa” (1Pe 2,9). Por lo que todavía esperamos ver, continuamos siendo “extranjeros y peregrinos” (1Pe 2,11), lejos aún de la patria soñada. Lo ya cumplido nos deja dentro de Dios. Lo todavía esperado nos deja cerca del dolor del mundo.
Cerca de Dios.
Por vocación, la vida consagrada contemplativa busca la “vida escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3) como dice San Pablo. En la intimidad, en el silencio y en la soledad es donde se fragua lo profundo, lo verdadero. “La vida espiritual no es una teoría ni una abstracción. No es un momento virtual, ni una proyección imaginada. No es más que una experiencia, atención e inmersión” .
Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar. En la vida de Jesús se percibe que la oración es condición necesaria para el discernimiento y el cumplimiento de la voluntad del Padre: “en aquellos días, salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios” (Lc 6,12). Incluso cuando oraba en presencia de sus discípulos, oraba solo (cf. Lc 9,18), que es algo así como quedarse a solas con el Padre y tratar con él cuanto atañe al reino de Dios y su justicia. Y es en el secreto de la oración donde a los discípulos, escogidos para aquella contemplación, se les permite entrar en el misterio de la transfiguración de Jesús (cf. Lc 9,28-36). Los mismos apóstoles que fueron testigos de su oración y de su luz en el monte de la transfiguración, fueron testigos de la oración y de la amargura de la noche en el monte de los Olivos (cf. Lc 22,39-46). Y el que había vivido orando, murió orando. Y el que había vivido dentro de Dios, murió dentro de Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).
La oración devuelve a Dios todo lo que de Dios recibimos. En la oración nos asomamos al misterio de lo que el apóstol Pedro quiso expresar cuando dijo: “Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!” (Mt 17,4). Para estar allí donde es bueno estar, será necesario subir con Jesús al monte de las bienaventuranzas, al de la transfiguración, y al de la crucifixión. Para estar allí donde es bueno estar, será necesario subir con Jesús al monte en el que Dios Padre nos revela sus mandatos y decretos, la ley que ha escrito en el corazón de los fieles, el amor con que siempre nos ha amado. Para estar allí donde es bueno estar, será necesario subir con Jesús al monte que es el mismo Jesús, hasta transformarnos en Él. Es necesario subir, dejar lo llano, lo seguro, lo conocido e ir hacia arriba, a la soledad que nos lleva a la fuente. Cierto, toda subida implica esfuerzo, pero al mismo tiempo hace posible que tengamos mejor visibilidad, avistemos horizontes más amplios y respiremos mejor. A aquellos discípulos que Jesús lleva consigo al monte de la transfiguración, se les permite ver algo oculto e inaccesible. La luz de Dios que los envuelve, esa misma luz los iluminará una vez que desciendan a la llanura, y a través de ellos, se hará presente “en el corazón mismo de la Iglesia y del mundo”, puesto que nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de una vida verdaderamente contemplativa.
Y cerca del dolor humano
Si amamos a Dios, abrazamos a sus criaturas que son expresión de su amor. No se entiende una espiritualidad de ojos abiertos que no abrace la creación entera, que “está gimiendo y sufre dolores de parto hasta el día de hoy. Y no sólo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo” (Rm 8,22-23). Una contemplativa, un contemplativo de ojos abiertos, son una declaración de amor a la vida y un compromiso a asumir “la humanidad más honda, manifestando que la ternura de Dios no tiene límites, como no los tiene su dolor por el sufrimiento de sus hijos” . El hecho de que “la vida consagrada es una historia de amor apasionado por el Señor y por la humanidad” conlleva que, en la vida contemplativa, esa relación “no puede vivirse como repliegue” entre los muros del propio yo o de la propia comunidad, sino que se ha de vivir abrazando a toda la humanidad, “y en especial a aquella que sufre” . Por su naturaleza, el amor nos aparta de nosotros mismos para que nos entreguemos a quien amamos. Nosotros en Cristo nos apartamos de nosotros mismos para entregarnos a Dios y a los hermanos, sobre todos a los pobres. Sea que lo consideremos en Cristo Jesús, sea que lo consideremos en nosotros, el don consiste en la entrega de la propia vida, y ésa se consuma en la entrega extrema de la cruz. Lo nuestro es sentir con Jesús el dolor del mundo, luchar con Él contra el mal que aflige a los desvalidos, dejar buen olor de Dios en todas las vidas, ser memoria obstinada del amor que a todos nos envuelve.
Como Jesús
Una manera concreta de hacer visible nuestro “sentir-con” y de solidarizarnos con la “humanidad más honda”, viene señalada en la misma Constitución Vultum Dei quaerere al hablar de la oración de intercesión, de la que se dice que es una forma de llevar ante el Señor a nuestros hermanos, como hicieron aquellos cuatro con el paralítico, y de acercarles al Señor su vida. “Por vuestra oración vosotras curáis las llagas de tantos hermanos” . Luego añade: “Este texto –en referencia a la oración de Moisés en Ex 17,11- me parece una imagen muy expresiva de la fuerza y de la eficacia de vuestra oración a favor de toda la humanidad y de la Iglesia, y en particular de sus miembros más débiles y necesitados” . El Papa Francisco nos pide cercanía, proximidad, hacernos cargo de la realidad de los demás en actitud de profunda comprensión y solidaridad: “Hombres y mujeres consagrados […] para acercarse y entender la vida, los sufrimientos, los problemas, las muchas cosas que solamente se entienden si un hombre y una mujer consagrados se hacen prójimos… –incluso siendo de clausura-. Piensen en Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, que con su corazón ardiente era próxima a la gente” .
“Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado… Él va por delante de vosotros a Galilea” (Mc 16, 6-7). “Ir a Galilea, comentaba el Papa en la homilía de la Vigilia Pascual, significa también, ir a los confines”. “Es allí donde el Resucitado pide a sus seguidores que vayan, también hoy nos pide ir a Galilea, en esta Galilea real. Es el lugar de la vida cotidiana… En Galilea aprendemos que podemos encontrar a Cristo resucitado en los rostros de nuestros hermanos, en el entusiasmo de los que sueñan y en la resignación de los que están desanimados, en las sonrisas de los que se alegran y en las lágrimas de los que sufren… Reconozcámoslo presente en nuestras Galileas, en la vida de todos los días. Con Él, la vida cambiará. Porque más allá de toda derrota, maldad y violencia, más allá de todo sufrimiento y más allá de la muerte, el Resucitado vive y el Resucitado gobierna la historia” .
Uniéndome a vuestra oración y dando gracias a Dios por vuestra presencia benéfica en la Diócesis, os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.