“Tu luz, Señor, nos hace ver la luz”
Queridos diocesanos:
Jesús comenzó su vida pública realizando la misión que Dios Padre le había encomendado. Decía: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Es lo que se nos dirá en la imposición de la ceniza: “Conviértete y cree en el Evangelio”.
“La Cuaresma, manifiesta el Papa en su Mensaje cuaresmal 2017, es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. Es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. Es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo”.
Vernos desde Dios
Al comenzar la Cuaresma hemos de preguntarnos qué compromiso cristiano conlleva para nosotros este tiempo de gracia, no echando en saco roto el amor de Dios. Como Saulo en el camino de Damasco nos preguntamos: “¿Quién eres, Señor? ¿Qué quieres que haga?” No se trata tanto de juzgar nuestra vida, pues somos pecadores. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1Jn 1,8). Por eso lo importante es sobre todo mirar nuestra vida desde Dios, vernos como Él nos ve de forma que podamos decir: “Tu luz, Señor, nos hace ver la luz” (Ps 36,9).
Es posible que caigamos en la cuenta de que le hemos dado la espalda a Dios porque hemos querido ser como Él, desobedeciendo su plan sobre nosotros, criaturas suyas. Tal vez percibamos que hemos roto con los demás, aparcando la fraternidad, la solidaridad y la justicia, y sintiéndonos ausentes en las situaciones, en no pocos casos dramáticas, que viven nuestros semejantes. Con frecuencia olvidamos nuestra relación con Dios Creador, actuando como dueños y no como administradores de la realidad creada, e ignorando el bien común y a quienes vendrán detrás de nosotros. Esta prepotencia lleva a la codicia, a la vanidad y a la soberbia.
¿A qué toca la campana de la Cuaresma?
La campana de la Cuaresma toca para llamarnos a reflexionar sobre nuestras relaciones con Dios, con nuestra familia, con los que estamos en nuestro trabajo, con las personas necesitadas, a conformar nuestras actitudes con la misericordia de Dios, recordando que la historia de Dios con nosotros es una historia de misericordia, y a vernos como el Señor, rostro de la misericordia de Dios (MV 1), nos ve. ¡Sintámonos responsables de la misericordia de Dios que nos envía a reconciliar (cf. 2Cor 4, 1-12)!
En este peregrinar nuestro el pecado nos paraliza a veces. Si esa fuera nuestra situación, el Señor viene a nuestro encuentro a través del sacramento de la Confesión para decirnos: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (cf. Mc 2, 1-12). Como la mujer del evangelio que busca la moneda perdida hasta que la encuentra, Dios barre nuestra suciedad de nuestra casa y nos busca a pesar de nuestras pasividades y pesimismos al escondernos como Adán y Eva en nuestros paraísos perdidos. La pedagogía de este tiempo cuaresmal es como ese semáforo en rojo que nos advierte de que hemos de pararnos y entrar dentro de nosotros mismos para superar el desorden espiritual y el apego a las cosas mundanas y vanas que nos alejan de los valores del Evangelio. No olvidemos que somos pecadores pero perdonados como el papa Francisco repite con frecuencia. El Señor viene a nosotros y quiere contar con nosotros: “Ojalá escuchemos la voz de Dios y no endurezcamos el corazón” porque la luz de Dios nos hace ver la luz con que debemos mirarnos. La imagen del Señor sobre nosotros nos ayuda a renovarnos y una Palabra suya bastará para sanarnos. Pidamos que el Señor tenga piedad de nosotros, ilumine su rostro sobre nosotros y nos bendiga.
¡Feliz camino hacia la Pascua! Os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.