a.- La Iglesia diocesana en oración
Queridos diocesanos:
En estos momentos de incertidumbre que estamos viviendo, quiero hacer una llamada a la esperanza que nos hace mirar con confianza al futuro que siempre está en manos de Dios. Escribía san Juan Pablo II: “En el programa del Reino de Dios el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo”.
La providencia de Dios no es ajena a cuanto nos pasa. Como dice el salmista “en las manos del Señor están mis azares”. San Pablo escribió a los romanos: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. La serenidad, la responsabilidad y el espíritu fraterno expresado en la caridad nos ayudarán a superar esta crisis en la que nos vemos por causa del coronavirus que está haciendo cambiar nuestros estilos de vida. Es esperanzador pensar que “la luz del amor divino descansa precisamente sobre las personas que sufren, en las que el esplendor de la creación se ha oscurecido exteriormente; porque ellas de modo particular son semejantes a Cristo crucificado”. En esta encrucijada en que tenemos el riesgo de infravalorar la condición humana por la fragilidad que manifiesta recordamos la grandeza del hombre. Traemos a nuestra memoria las palabras del salmista: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para mirar por él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies” (Ps 8). Pero es posible que nos hayamos escondido de Dios. Sería esta la ocasión de responder a la pregunta que nos hace como le hizo a Adán: ¿Dónde estás? Tal vez estamos pretendiendo ser como Dios y en circunstancias como las que vivimos, descubramos nuestra desnudez. Sería muy bueno ir al encuentro de Dios que a la hora de la brisa viene a hablar con nosotros en medio de nuestros agobios en este camino cuaresmal.
La modernidad ha aliado al individuo a un proceso productivo a costa del proceso afectivo y del proceso espiritual, relegados éstos a un segundo plano. Tal vez podamos descubrir ahora la posibilidad de nuevas presencias y de relaciones interpersonales. Pido a todos los diocesanos unirnos en oración de manera especial en estos días, rezando juntos el Santo Rosario a las ocho de la tarde desde nuestros hogares que ahora más que nunca han de redescubrirse como iglesia doméstica. No podemos ser testigos mudos del sufrimiento sino testigos de caridad, ofreciendo nuestra colaboración y viviendo en comunión con los demás.
Que el Apóstol Santiago y nuestra Madre la Virgen María nos acompañen. Unido en oración con todos vosotros, os saludo con afecto y bendigo en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
b.- A los sacerdotes en la solemnidad de San José 2020
Queridos hermanos sacerdotes:
Aprovecho la Solemnidad de San José para saludarles con fraternal afecto. La figura del Santo Patriarca se incorporó desde la época del Seminario como un modelo e intercesor de primera magnitud para nuestra vocación sacerdotal. Siempre encontramos en la vida de este Varón Justo ejemplo y ayuda para la misión que se nos ha confiado como custodios de los misterios de Jesús. Con él aprendemos a ejercer nuestra particular paternidad.
Estos días de la “crisis del coronavirus”, que hemos de vivir en Providencia de Dios, quisiera hacerme a su camino y llegar a todos y cada uno de Vds. En la solicitud pastoral del obispo han de encontrar acogida todos los diocesanos pero, sin duda, los sacerdotes, hermanos y amigos, colaboradores y consejeros suyos, son un referente especial. Es el momento de permanecer unidos y fieles al Señor, quien como buen dueño de la viña no nos abandonará.
En las actuales circunstancias he tenido la oportunidad de mantener conversaciones con sacerdotes mayores, enfermos y hospitalizados, para animarles y preocuparme por su situación. Ruego a todos que, ante las dificultades de desplazamiento que supone el estado de Alarma decretado o la falta de información que puedan tener los Vicarios acerca de la situación de algún hermano nuestro, no deje de comunicarlo por los cauces ordinarios. Si alguno no logra dar solución a las urgencias más elementales, a la atención médica o, incluso, al sentimiento de soledad, trataríamos de buscar la solución diocesana a tal problemática. Necesitamos acompañar y sentirnos acompañados. Hemos de ayudarnos los unos a los otros orando intensamente, pero también tratando de cuidar la salud física y avivando la esperanza cristiana. ¡Velemos los unos por los otros!
Por otra parte, quisiera que tuviesen muy presente su identidad. El aislamiento en nuestras casas que nos han pedido las autoridades sanitarias no puede hacernos olvidar nuestra misión. Hemos recibido la ordenación sacerdotal que nos ha configurado con Cristo Cabeza y Pastor, identificándonos plenamente con Él. Estos no son días de vacaciones. La Iglesia en otras muchas épocas ha pasado por situaciones difíciles, incluso de mayor envergadura. Y los sacerdotes han sabido asumir el sacrificio imperante en el pueblo, porque para servir a ese mismo pueblo han sido llamados. Todavía es pronto para saber el horizonte en el que transcurrirán los acontecimientos. Pero es necesario que la celebración de la Eucaristía y un ambicioso plan espiritual ancle nuestra vida en el Señor, para mantenernos fieles y que el corazón siga latiendo ardorosamente para retomar el ministerio de acercar las personas a Dios. Cuidar nuestra vida interior significa agradecer al Señor el don de haber sido elegidos, sin mérito alguno de nuestra parte, para trabajar en su mies, asociados a su tarea redentora. Él sentirá el consuelo de nuestra respuesta generosa y, a buen seguro, no dejará de derramar sobre nosotros el “ciento por uno” prometido.
La espiritualidad es un ejercicio de superación de los propios límites, ejercitando el espíritu sin miedo a enfrentar la realidad. El otro es siempre una interpelación, un desafío, un reto. “El rostro del otro es como un espejo que me permite conocerme a mí mismo”. Es necesario darle importancia al silencio, la meditación, la contemplación, la lectura espiritual, donde descubrimos que la verdadera vida es la vida entregada, sacrificada, gastada por alguna causa digna y elevada. Ejemplos los tenemos. No olvidemos que ser sacerdote no es una función sino un don, una participación en la vida de Cristo crucificado. “La experiencia de la cruz es la experiencia de la verdad de nuestra vida. La verdad y la cruz son nuestros auténticos espacios de crecimiento humano y cristiano porque en esos espacios está Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre”.
Por último, invito a todos a aprovechar las oportunidades que ofrece este tiempo de cuarentena. No debiera interrumpirse la comunicación con los fieles. Dios no se ha retirado y sigue actuando. De este modo, con las exigencias que impone la prudencia más delicada, hemos de evangelizar en el contexto actual: si es posible mantener abierta la Iglesia evitando riesgos innecesarios; comunicarse a través de los medios electrónicos; hacer llamadas telefónicas que pueden resultar muy alentadoras para los fieles… Son gestos sencillos pero muy significativos. Tal vez estos tiempos premian la calidez de nuestra presencia y cercanía, sin olvidar el contenido de nuestro mensaje. Ambas cosas forman parte de la comunicación de la Buena Nueva de Jesucristo.
Encomendamos nuestro ministerio a San José, para reavivar la gracia que hemos recibido. Él nos conduce hacia la presencia alentadora de la Santísima Virgen, madre de los sacerdotes y allí nos sentimos seguros y nos muestra el camino de la fidelidad a Jesús, centro de nuestra vida.
Rezo con vosotros y por vosotros. También en nombre del Sr. Obispo Auxiliar os saludo con fraternal afecto y bendigo en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
b.- A los Miembros de la Vida Consagrada en la Diócesis
“En el peligro grité al Señor, y el Señor me escuchó, poniéndome a salvo” (Ps 118,5)
Queridos Miembros de la Vida Consagrada:
En otras ocasiones he tenido la gozosa oportunidad de dirigirme a vosotros con motivo de diferentes celebraciones. También ahora quiero haceros llegar mi cercanía con esperanza cristiana en medio de la incertidumbre que estamos viviendo, por la pandemia del coronavirus de la que no estamos ajenos.
Ante esta realidad de manera especial necesitamos acompañar y sentirnos acompañados, guiándonos por la Palabra de Dios, que es “lámpara y luz para nuestros pasos”. En este contexto, traigo a la memoria el pasaje del evangelio Mc 9,14-29 en el que se nos narra que los discípulos de Jesús no pudieron echar el demonio del que estaba poseído aquel joven presentado por su padre, y le preguntaron cuál era la razón. Él les respondió: “Esta especie sólo puede salir con la oración”. Nuestra capacidad de servicio depende de la comunión con Dios. Es un servicio que cada uno de vosotros habéis de ofrecer a través de vuestro carisma que sin duda se abre a un gran horizonte en estas circunstancias. Y esto exige una fe firme acompañada por la oración y el ayuno como indica Jesús a los suyos. Ciertamente el Señor escucha siempre y se hace solidario del dolor y del agobio, sabiendo que podemos revitalizar nuestra fe desde la vida con sus problemas y dificultades. No sería bueno naufragar en la desilusión.
Es preciso avivar la confianza en el Señor “en cuyas manos están nuestros azares” (Ps 31, 16), sabiendo que no nos olvida: “Mira, te llevo tatuada en mis palmas” (Is 49,16). Hasta es posible que envueltos en el ropaje de la cultura actual, un tanto acomodaticia, hayamos descubierto nuestra desnudez e intentado escondernos de Dios que nos pregunta como preguntó a Adán: ¿dónde estás? (cf. Gen 3,9). Podemos responder: “Dios Todopoderoso y eterno, he aquí que vengo al sacramento de tu Hijo único, Nuestro Señor Jesucristo. Vengo como un enfermo al médico de la vida, como un impuro a la fuente de la misericordia, como un ciego a la luz de la claridad eterna, como un pobre y desposeído al Dueño del cielo y de la tierra. Imploro pues la abundancia de tu inmensa liberalidad a fin de que te dignes curar mi enfermedad, purificar mi suciedad, iluminar mi ceguera, enriquecer mi pobreza, vestir mi desnudez” (Santo Tomás de Aquino).
Es tiempo para fortalecer la esperanza cristiana como pordioseros ante Dios. “Que el Dios de la esperanza os colme de alegría y de paz viviendo vuestra fe, para que desbordéis de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rom 15,13). No se trata sólo de llenar de alegría el acto de creer a pesar de los pesares, sino de llenarse de alegría porque somos débiles y frágiles. Esta honda profesión de fe nace cuando los cristianos son llevados a situaciones límites y a los márgenes de la ciudad habitada. Aquí encuentra eco el mensaje paulino: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo…Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor 12,9-10).
El argumento de nuestro testimonio es la caridad. Sólo la vida que entregamos a los hermanos vuelve a Dios Padre perfectamente realizada. A veces no valoramos suficientemente el regalo que se nos da con la vida. Somos importantes porque somos objeto del amor de Dios. Ese amor que nos hace amables al ser capaces de amar y dignos de ser amados. Nuestra pobreza interior se manifiesta en el cualquier tiempo de dificultad, comprobando que lo exterior es ocasión para poner de manifiesto nuestra falta de fortaleza interior. La espiritualidad es un ejercicio de superación de los propios límites, ejercitando el espíritu sin miedo a enfrentar la realidad. Hemos de mirar al otro que “es como un espejo que me permite conocerme a mí mismo”, sin olvidar de “mirar al que atravesaron” (Jn 19,37), y más en estos momentos.
Me uno a vuestra oración, rezando con vosotros y por vosotros. Sé que rezáis por la Diócesis. Os lo agradezco. Con cordial afecto y bendición en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela.
c.- A los Laicos Diocesanos
Queridos diocesanos:
Os tengo muy presentes en medio de esta incertidumbre que vivimos, siendo necesario asomarnos a la ventana de la esperanza para acoger la voluntad de Dios que siempre es lo mejor aunque a veces humanamente no lo entendamos. Él no está ausente y sigue actuando con su Providencia por caminos que posiblemente no son los que nosotros pretenderíamos. Sabe cuándo hacerse presente y cuándo dar la impresión de que se retira para que no nos adhiramos a Él desde nuestros planes interesados. Es bueno recordar de dónde venimos. El libro del Génesis nos dice que hemos sido modelados del polvo del suelo y del soplo del Señor (cf. Gen 2,7): si nos cerramos al espíritu sólo quedará la oscuridad de la tierra sin forma. ¡Volvamos a Dios y revivirá nuestro corazón! Dice el papa Francisco: “Hay que temer una fe que se cree completa… Las ideologías crecen cuando uno cree que tiene la fe completa”. La confianza está en que al final el Señor realizará siempre el milagro como lo hizo en la multiplicación delos panes, en la curación del hijo del funcionario real en Cafarnaún, en la tempestad calmada o en tantas otras situaciones.
También esta dura realidad que estamos afrontando, está dando lugar a entrar dentro de nosotros mismos y ver dónde nos encontramos, generando de una manera imprevista el volver a Dios de quienes después de haber hecho lo que humana y científicamente estaba en sus manos, han comprobado que lo necesitaban y ahora comienzan a hacerse preguntas cuando disponen de un tiempo libre en medio del trabajo de salvar vidas, según el testimonio de un médico italiano. Algunos que no querían dar espacio a Dios en la ciencia, hoy se confiesan creyentes, orientados por la Palabra de Dios y el testimonio de personas convencidas de que perder la vida por los demás es ganarla. Percibimos nuestra desnudez en la pretensión de ser como Dios en el conocimiento del bien y el mal, y de salvarnos confiando en nuestras fuerzas sin darnos cuenta que la salvación viene de Dios, siendo Cristo quien ha asumido la obra de expiación, nos amó y se entregó por nosotros (Gal 2,20). No es bueno escondernos de Dios que siempre viene a nuestro encuentro en medio de nuestros agobios y nos lleva grabados en la palma de sus manos (Is 49,16).
“En este quedarnos en casa” para cuidar la propia salud y la de los demás, estoy seguro que estáis echando en falta algo que hasta ahora teníais, como así me lo habéis manifestado no pocos: la celebración comunitaria de la Eucaristía en unas parroquias y comunidades llamadas a cuidar religiosa y espiritualmente a los que viven y acompañar a los que mueren. Nuestra preocupación no debe ser tanto lo que no podemos hacer cuanto fijarnos en lo que podemos hacer. Es momento para redescubrir el hogar como iglesia doméstica en la que rezar juntos, leer la Palabra de Dios, hacer la catequesis familiar, hablar con sosiego y mostrar que somos capaces de ternura, una actitud que se desea siempre y que se obtiene algunas veces. Soy sabedor de los problemas que internamente afectan a algunas familias, pero os digo que también desde una vida con problemas y dificultades podemos llegar a la fe y vivir el encuentro con Dios. Tal vez el Señor nos sitúe en la oscuridad para que podamos apreciar lo que es la luz. Están siendo días convulsos porque no nos faltan zozobras que nublan nuestro horizonte.
Es el momento de acompañar y sentirse acompañado. Las epidemias no están hechas a la medida del hombre, por lo tanto el hombre a veces las considera irreales, un mal sueño que tiene que pasar. Nos cogen siempre desprevenidos. Rezo con vosotros y por vosotros. Con el apóstol Pablo os digo: “Que la esperanza os tenga alegres, manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración, compartid las necesidades” (Rom 12,12). ¡Que el Apóstol Santiago reanime nuestra esperanza! Os encomiendo a nuestra Señora de la Salud.
Con mi afecto y bendición en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
d.- Al Personal de Caritas Diocesana, interparroquial y parroquial de la Iglesia compostelana. Marzo 2020
Amar a todos desde el balcón de nuestra alma
Queridas personas que trabajáis en Caritas:
“En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Jn 13,35). Cuando ya nos habíamos habituado a unas rutinas cotidianas en la familia, en el trabajo y con nuestras amistades, de repente, la pandemia del coronavirus nos ha hecho retroceder a épocas pasadas. Tiempos aquellos en Europa de antiguas pandemias, que hoy siguen arrasando otros continentes, y que entonces diezmaban la población y las esperanzas en el campo y la ciudad. Y así, con los controles en las calles y carreteras, la reclusión obligatoria en casa y la “distancia social” impuesta, de repente, descubrimos un estilo de vida nuevo que nos ayuda a leer todos estos hechos en clave de acontecimiento salvífico para nuestra vida cotidiana. Esta nueva situación para todos, enfermedad para otros, éxodo y esperanza-liberación para los creyentes, se convierten en los puntos cardinales y la hoja de ruta necesaria para todo el pueblo cristiano que peregrina de la mano del Salvador, incorporados en su pasión, muerte y resurrección, reviviendo su Pascua agitada y esperanzada.
Una buena noticia de estos días es que muchas personas están derrochando imaginación y creatividad. ¡Es esperanzador! No es sólo un ejercicio de generosidad o emotividad para agradecer en vivo y en directo desde los balcones o virtualmente con infinidad de vídeos y canciones en la red. Cabe esperar que todo sea para gloria de Dios (cf. Jn 11,4). El mal no tiene la última palabra en este mundo. No se trata de un simple ejercicio de solidaridad y ciudadanía, aunque también. Es manifestación de bondad que tantos están derrochando. Por eso, muchas de estas iniciativas se han convertido en pasos vivos e iconos de esta cuaresmavirus que nos conduce hacia la Pascua mirando desde el balcón de nuestra alma. Se hace reconociéndose por encima de las mascarillas, puesta la mirada en los más vulnerables, los niños y los mayores de nuestras casas, las personas sin hogar y los pacientes en UCIS y hospitales.
No nos puede paralizar el miedo. Es bueno llorar porque perdemos a los que amamos, pero enseguida con lucidez y serenidad hemos de levantarnos porque cuanto mayor es el desafío, más imaginación y firmeza hemos de poner. En esta situación se pide sacar de nosotros lo mejor, contagiados de entusiasmo y creatividad para buscar vacunas contra la soledad, la insolidaridad y las recetas fáciles. “Las obras de caridad son las únicas que no admiten demora… Ni siquiera la noche interrumpe nuestros quehaceres de misericordia. No digas: Vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización” (S. Gregorio Nacianceno, Sermón 14, Sobre el amor a los pobres, 38).
Al acometer este ingente ejercicio de firmeza y ternura recordamos a San José, el hombre de manos rudas y corazón tierno que soñaba. El que vive de Dios lo muestra a borbotones. Para ello, debemos buscar y encontrar el agua viva que nos quita la sed en los manantiales más frescos. Uno de ellos es nuestra propia experiencia de Dios, labrada y enraizada en la plegaria silenciosa. La sabiduría nos confirma que Dios no provoca el mal. Las raíces de este y otros males las desconocemos pero no están en Dios que nunca es artífice del mal. Para los creyentes, Dios está en medio de nosotros, alentando a las familias en sus hogares, respirando con los que están en la UCI, sanando y cuidando en los hospitales, en comedores sociales, y en la atención primaria de nuestras Cáritas, fumigando y velando por la seguridad con nuestras fuerzas de seguridad, descargando alimentos con los transportistas, y abriendo los brazos a los que retornan a la casa del Padre, dándoles alas de verdadera libertad hasta que llegue la resurrección.
Otro manantial es la conciencia de que Dios se hizo uno con las más vulnerables, hermanándonos a todos en el madero de la cruz. Esta es nuestra confianza: Dios se encarnó en nuestra condición humana. Descubrámosle en el silencio y abracemos también en silencio a todas las personas, vivas o fallecidas, de la familia, de la vecindad, de los amigos y enemigos, y de los desconocidos. En la oración demos un abrazo espiritual desde la “distancia social” y con la cara tapada con la mascarilla. Este el camino de la caridad de la Iglesia que está recorriendo toda la familia de Cáritas con este principio y este fin: recibir y dar. Así de sencillo. Todo tiempo es tiempo para la caridad y éste de manera especial, haciendo propios los pensamientos y los sentimientos del necesitado. De este modo, no solo estaremos conectados sino que nos sentiremos verdaderamente vinculados. “Cada gesto cuenta”.
Queridas personas de Caritas, estoy muy cercano a vosotras y os agradezco vuestra disponibilidad y generosidad sin medida, vuestro espíritu de sacrificio y capacidad para entregar vuestra vida a quienes más pueden necesitarlo. “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará” (Mt 16,25). Vosotras nos ayudáis a recuperar la confianza en la humanidad. Os saludo con afecto y bendigo en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
e.- A los Niños y Jóvenes diocesanos. Marzo 2020
Gritad: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”
Queridos niños/as y jóvenes:
¡Cómo vamos a echar en falta este año vuestra presencia y bullicio al no poder tener la procesión tan propia vuestra como es la del Domingo de Ramos! Pero estoy seguro que os asomaréis a las ventanas o balcones de vuestras casas ya sea en las aldeas, en las villas o en la ciudad con el ramo de olivo o la palma para acompañar a Jesús que entra en ellas y que son este año una Jerusalén herida y lastimada por la pandemia del coronavirus que nos está afectando tan duramente. Necesitamos que manifestéis vuestra alegría con este gesto que a todos nos animará, acompañando a Jesús no con el paso de la Borriquita sino como al amigo invisible por nuestras calles. Él nos dijo que estaría siempre con nosotros cuando nos sentimos unidos a los demás en su nombre y no nos va a abandonar. Esta es nuestra esperanza cristiana. Gritad a pleno pulmón: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!, anunciando así el comienzo de la Semana Santa en la que celebramos que Cristo nos amó y entregó su vida por nosotros. Recordad lo que dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios” (Mc 10,14).
En las visitas pastorales que estaba realizando a las distintas parroquias de nuestra Diócesis, he tenido el gozo de encontrarme con algunos de vosotros, hablaros y escucharos, respondiendo a vuestras preguntas, siempre interesantes, sobre Jesús, nuestro Maestro. Unos os estáis preparando para recibir la Primera Comunión, otros asistía a la catequesis para la Confirmación: todos sabedores de encontrar fuerza y luz para el compromiso de dar testimonio de Él. Este año la Iglesia parroquial está siendo vuestro hogar, redescubierto como Iglesia doméstica. ¡Agradezco mucho a vuestros padres esta inquietud y preocupación! La situación en la que vivimos y de la que no sois ajenos al estar recluidos en vuestras casas, es muy posible que lleve a retrasar las fechas de estas celebraciones que estáis preparando. Pero esto no importa, vuestra ilusión y vuestro ánimo han de ser mayores si es posible.
Las noticias que recibimos nos transmiten que muchas personas están sintiendo el agobio preocupante de la incertidumbre. Hay que recordar aquellas palabras de Jesús que serenan nuestro ánimo: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré… porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11,28). Solamente desde El y con su enseñanza, podemos dar una respuesta sin miedo a las cuestiones que nos afectan. A veces la sociedad nos da la impresión de ser una gran casa un poco destartalada. Pero si nos fijamos en las personas que la habitan, ciertamente se percibe una gran necesidad de Dios y mucha bondad.
Rezo con vosotros, pidiendo que el Apóstol Santiago y la Virgen María nos ayuden. Con los mejores deseos y mi cordial saludo para vuestros padres, os bendigo en el Señor,
+Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
g.- A los sacerdotes en la Semana Santa
Queridos hermanos sacerdotes y diáconos:
En esta situación tan atípica y desconcertante que nos toca vivir humana, espiritual y pastoralmente por la pandemia del coronavirus, os hago llegar mi fraternal saludo, deseándoos una feliz Pascua de Resurrección del Señor.
Desde el confinamiento en que nos encontramos, estamos muy unidos en la oración, encomendándonos a la Providencia de Dios y encomendando a las que personas que el Buen Pastor nos ha confiado y a todo hombre de buena voluntad. Esto me lleva a deciros que, dada la incertidumbre del momento y en espera de la evolución de la pandemia, será oportuno aplazar la celebración de las Confirmaciones y de las Primeras Comuniones sin fechas determinadas. Algunos me han preguntado al respecto.
Ante las sugerencias venidas de algunos sacerdotes sobre la conveniencia y en su caso necesidad de hacer una colecta entre los miembros del Presbiterio Diocesano a favor de Cáritas Diocesana, a los Obispos de la Provincia eclesiásticas nos ha parecido una muy buena y significativa idea. Así hemos pensado llevarla adelante bajo el lema “Siempre Juntos”. Es un gesto de fraternidad sacerdotal y de caridad en este Jueves Santo. Bien sabemos que Cáritas en estos momentos está desbordada por la cantidad de necesidades que se están presentando y es de suponer que no irán a menos. Cada día así lo percibo, agradeciendo el gran esfuerzo del personal de Cáritas. Es una preocupación que tendremos que comunicar también a nuestros diocesanos.
Cada sacerdote y diácono podrían aportar lo que vean conveniente según sus posibilidades y de la manera que juzguen oportuna. La Caridad siempre nos engrandece. No obstante los Administradores diocesanos y los responsables del ISC nos sugerían la posibilidad de poder dedicar lo que los párrocos, administradores parroquiales o diáconos perciben en concepto de kilometraje referido al mes de abril ya que en buena parte la actividad pastoral se ha visto paralizada. En este caso, comunicarlo a la Administración de Economía sería suficiente. Los sacerdotes que no tengan esta retribución del kilometraje o consideren hacerlo de otra forma, pueden indicar la cantidad que desean aportar al correo: olga@archicompostela.org y se le descontará de la retribución que perciben, o bien ingresar la contribución que consideren en la cuenta bancaria ES43 2080 0376 6030 4001 6048. En la Provincia eclesiástica cada diócesis canalizará la propuesta según vea conveniente.
Les deseo una serena y fructuosa celebración de la Semana Santa y un gozoso tiempo pascual pues “nada nos podrá separar del amor de Dios”. Les saludo con fraternal afecto también en nombre del Sr. Obispo Auxiliar y bendigo en el Señor, pidiendo con el patrocinio del apóstol Santiago y el amparo de la Santa Madre de Dios vernos liberados cuanto antes de esta pandemia.
+Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
h.- A los sacerdotes solicitando colaboración económica
Pascua de Resurrección 2020
Queridos hermanos sacerdotes:
Me alegra tener noticia de que se encuentran bien en medio de la incertidumbre en que seguimos viviendo por causa de la pandemia. Sé que nos mantenemos unidos en la oración encomendando a los hermanos sacerdotes a los que el Señor llamó a su presencia en estos días y pidiendo por la salud física de todos.
No son momentos fáciles los que se nos avecinan también desde el punto de vista económico. Será una lenta vuelta a la normalidad. Ya están llamado a las puertas familias y personas que se sienten agobiadas económicamente. La crisis ya la estamos percibiendo. Ante esto no podemos menos de recordar el pasaje referente a la primitiva comunidad cristiana en el que se nos dice que las personas estaban atendidas y “se repartían los bienes entre todos según la necesidad de cada uno” (Hech 2,42-47). Vemos ya que nuestras Cáritas están sobrepasadas por las muchas personas que han de ser atendidas. Por otra parte, los ingresos en las parroquias en esta temporada no es que hayan descendido, sino que no los ha habido, teniendo que afrontar los gastos ordinarios. Son momentos en los que debe prevalecer la generosidad, asumiendo la corresponsabilidad en el sostenimiento de la Iglesia y en la solidaridad con los pobres de cerca y de lejos. Mirar a los demás con los ojos del corazón, es decir, con misericordia es tratar de que nadie se quede atrás. En este sentido hemos de hacer también una llamada a nuestros fieles y a las personas de buena voluntad pidiéndoles su colaboración económica. Así se lo he comunicado también.
En consecuencia y como signo por nuestra parte, los miembros del presbiterio, obispos y sacerdotes, podríamos disponer, el que buenamente pueda hacerlo, de una parte de nuestro sueldo para ponerlo a disposición de los más necesitados a través de la Administración diocesana en nº de cuenta: ES25 2080 5155 9730 4006 2341 de ABANCA. Y esto no tanto como una colecta puntual, cuanto por un tiempo determinado hasta que las consecuencias generadas por la pandemia, se vayan aliviando. Esta es mi propuesta y petición que dejo a la consideración benevolente de Vds.
Les deseo un gozoso tiempo pascual pues “nada nos podrá separar del amor de Dios”. Les saludo con fraternal afecto también en nombre del Sr. Obispo Auxiliar y bendigo en el Señor, pidiendo con el patrocinio del apóstol Santiago vernos liberados cuanto antes de esta pandemia. Con fraternal afecto y bendición en el Señor.
+Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
i.- A los diocesanos solicitando colaboración económica
Pascua de Resurrección 2020
Queridos diocesanos:
A lo largo de estos días en medio de la incertidumbre que seguimos viviendo por causa de la pandemia del coronavirus, nos hemos mantenido unidos en la oración, pensando en tantas familias afectadas por el sufrimiento y encomendando a quienes el Señor ha llamado a su presencia en medio de no poco dolor, sin poder despedirles como sentíamos la necesidad de hacerlo. Tengo el convencimiento de que el apóstol Santiago, amigo del Señor, les habrá acompañado al Pórtico definitivo de la Gloria. Así lo he pedido.
No son momentos fáciles los que se nos avecinan también desde el punto de vista económico. Ya están llamando a las puertas familias y personas que se sienten agobiadas económicamente. La crisis la estamos percibiendo. Ante esto no podemos menos de recordar el pasaje referente a la primitiva comunidad cristiana en el que se nos dice que las personas estaban atendidas y “se repartían los bienes entre todos según la necesidad de cada uno” (Hech 2,42-47). Vemos ya que nuestras Cáritas están sobrepasadas por las muchas personas que han de ser atendidas. Por otra parte, los ingresos en las parroquias en esta temporada no es que hayan descendido, sino que no los ha habido, teniendo que afrontar los gastos ordinarios de su funcionamiento. Son momentos en los que debe prevalecer la generosidad, asumiendo la corresponsabilidad en el sostenimiento de la Iglesia y en la solidaridad con los pobres de cerca y de lejos. Mirar a los demás con los ojos del corazón es tratar de que nadie se quede atrás. En este sentido os hago una llamada a todos los diocesanos, también a las personas de buena voluntad, pidiéndoos vuestra colaboración económica en la forma en que creáis más oportuna y podáis hacerlo, y marcando la X en la declaración de la Renta. El cauce de esa posible aportación podría ser a través de la parroquia o de la Administración diocesana en nº de cuenta: ES25 2080 5155 9730 9730 4006 2341 de ABANCA, o en el portal www.donoamiiglesia.es tratando de aliviar las consecuencias generadas por la pandemia. Esta es mi propuesta y petición que dejo a vuestra generosa consideración.
Os deseo un gozoso tiempo pascual pues “nada nos podrá separar del amor de Dios”, saludándoos con afecto y bendiciéndoos en el Señor.
+Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
j.- La pastoral del “día después”
En la festividad de San Marcos. Abril 2020
Queridos sacerdotes, diáconos, miembros de Vida Consagrada y laicos:
Poco a poco, y Dios quiera que cuanto antes, nos vamos acercando a ese día después de la situación que estamos viviendo con motivo de la pandemia del coronavirus. La programación pastoral que pensábamos realizar en el comienzo de la Cuaresma hemos tenido que realizarla de otra manera distinta a cómo habíamos pensado. Posiblemente las orientaciones de las autoridades sanitarias cuando sea posible afrontar una determinada normalidad, nos van a condicionar en relación con los hábitos y costumbres que formaban parte de nuestra vida hasta ahora. En este tiempo la familia ha redescubierto y vivido su condición de iglesia doméstica. Pero sentimos ya la necesidad de celebrar fraternal y comunitariamente nuestra fe día a día y sobre todo en el Domingo, día del Señor. Agradecemos las posibilidades que nos han ofrecido los medios telemáticos pero hemos echado en falta las presencias personales.
Momento de transformar
En estos momentos está condicionando el futuro la idea de suspender y trasladar: muchos acontecimientos de tipo pastoral, cultural, social, y deportivo, algunos se suspenden y otros se trasladan a nuevas fechas. Nuestra preocupación pastoral debe ser transformar con creatividad la nueva realidad que va a tocar vivir conforme al espíritu del libro del Apocalipsis. Nos preguntamos ¿qué nos dice el Señor del tiempo y de la historia, el Alfa y el Omega, a la Iglesia que peregrina en Santiago de Compostela en esta tribulación? También como al evangelista San Juan se nos responde hoy: “No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del abismo” (Ap 1,17-18). “Mira, hago nuevas todas las cosas… Estas palabras son fieles y verdaderas” (Ap 21,5). A la luz de las Escrituras hemos de interpretar lo acontecido como Jesús les hizo caer en la cuenta a los discípulos de Emaús. La Iglesia como un río ha seguido discurriendo y reflejando nuestras caras de asombro en sus aguas mientras seguía su curso. Nos dejaba el mensaje de que el contenido de vida cristiana se fundamenta en conocer a Cristo, en vivir la eucaristía, en compartir la propia existencia con los demás y en asumir la acción misionera (cf. Hech 2,42-47). Ahora es necesario retomar las catequesis, preparar la celebración de los sacramentos: bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonios, ordenaciones sacerdotales, confesiones, unciones de los enfermos, y recordar en la eucaristía con los familiares a los fallecidos, no olvidando el compromiso caritativo y social. Es la Iglesia humilde y cercana a la condición humana y espiritual del hombre, y portadora de salvación y de esperanza.
Fortalecer las raíces
En la reflexión de nuestro peregrinar por este largo desierto del confinamiento hemos considerado posiblemente que es necesario volver al hecho cristiano fundamental, identificándonos con la persona y la historia de Jesús, y dando testimonio de que el cristianismo es un modo fascinante de vivir la propia humanidad a la hora de dar sentido a la existencia. La enseñanza de los apóstoles, garantes del testimonio de toda la Iglesia, es vivir en espíritu de comunión que se explicita en la unión interna de los corazones manifestada en la unidad, en un mismo ánimo, en compartir los bienes y en la oración ya sea comunitaria o privada, de súplica, de alabanza, o de acción de gracias.
La Iglesia ha de estar atenta a cuanto se mueve en la sociedad civil y ésta debe considerar la propuesta eclesial demostrándose que cuando se converge en la dignidad y en la realización integral de la persona las características propias de cada institución siempre son complementarias y compatibles. El sentir religioso no desaparecerá jamás porque no se puede eliminar del corazón del hombre la promesa sobre el significado de la propia vida que siempre bordea el misterio. Nos da confianza en medio de todo saber que el destino de la Iglesia no depende de nosotros y que nosotros dependemos de Cristo: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). San Pablo dirá: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil 4,13). El fruto no está nunca en nuestras manos. En la misión no va incluido el éxito pero esta certeza no ha de llevarnos ni a la indiferencia, ni a la pasividad ni a ser prisioneros de los propios proyectos. “No tenemos excusa para no dar frutos de santidad que den gloria a Dios”. La realidad siempre es más grande que nuestros esquemas. La vida misma es vocación que debe ser vivida siempre con esperanza cristiana. Es momento de estar con las lámparas encendidas (cf. Lc 12,35). Una Iglesia así interpelará proféticamente y nunca defraudará. “La gracia del Señor Jesús esté con todos” (Ap 22,21).
Unidos en la oración, también en nombre del Sr. Obispo Auxiliar, os saluda con afecto y bendice en el Señor.
+Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela
k.- A los participantes en la Peregrinación a Tierra Santa
21 de abril de 2020
Queridos diocesanos:
Me dirijo con afecto a quienes habíais programado el participar en la Peregrinación que como Diócesis pensábamos realizar a Tierra Santa que nuestro Santo Apóstol Santiago recorrió acompañando al Señor. Os agradezco vuestra disponibilidad, sintiendo que no podamos llevar a cabo lo que con tanta esperanza habíamos proyectado.
Hemos tratado de esperar a tomar una decisión, pero llegado este momento consideramos que no va a ser posible realizar la peregrinación por las dificultades de la pandemia del coronavirus. Una vez más el hombre propone y Dios dispone. A su providencia nos acogemos.
D. Alfonso, párroco de Santa Eugenia de Ribeira, se pondrá en contacto con vosotros para devolveros el dinero. No obstante, si en las fechas anteriormente pensadas no podremos ir a Tierra Santa, no por ello renunciamos, Dios mediante, a programarla en otra ocasión. Estaremos en contacto, rezando los unos por los otros.
Que el Resucitado os colme de bendiciones.
+Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.