Excma. Sra. Delegada Regia
Emmo. Sr. Cardenal
Excmo. Cabildo Metropolitano
Excmas. e Ilmas. Autoridades
Queridos sacerdotes, Vida Consagrada y Laicos
Miembros de la Archicofradía del Apóstol
Representantes de las Órdenes militares de Juan de Jerusalén, del
Santo Sepulcro y de Santiago Radioyentes y televidentes Peregrinos
Nos acercamos al altar en este día con nuestra ofrenda de gratitud y de súplica, necesitados de Dios pues de Él viene la misericordia y la redención copiosa para “edificar el presente y proyectar el futuro desde la verdad auténtica del hombre, desde la libertad que respeta esa verdad y nunca la hiere, y desde la justicia para todos, comenzando por los más pobres y desvalidos”.
El testimonio del Apóstol Santiago el Mayor nos recuerda la dificultad para adherirse a la persona de Jesús. Fue evidente el contraste entre su mensaje y la mentalidad de cuantos le seguían, incluso de los más cercanos. Sus discípulos no aceptan que tuviera que padecer y ser crucificado en Jerusalén. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor!” Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: “¡Ponte detrás de mi, Satanás! Eres para mi piedra de tropiezo, porque tu piensas como los hombres, no como Dios” (Mt 16, 22-23). En otra ocasión, pasando por una aldea de samaritanos que nos los recibieron, Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?” Él se volvió y los regañó (Lc 9, 54-55). Recordamos también la súplica a Jesús de la madre de los Zebedeos quien con una visión tergiversada del Reino de Dios le pidió que sus hijos se sentaran uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús responderá que la identidad cristiana no es el poder sobre los demás sino la actitud de servicio a los demás. Ante la cruz la tentación es manipularla. Santiago y su hermano Juan pudieron caer en ese riesgo. Jesús les va a decir que beberán su cáliz con espíritu de disponibilidad absoluta y obediencia plena a los planes de Dios, no bajo ocultas intenciones de aspiraciones humanas y personales.
“En el fondo de cada vida humana no existe sino un problema dramático: la posible oposición, consciente o inconsciente entre la Voluntad amorosa y providente del Padre y la propia voluntad de la criatura”. El cristiano ha de acoger la voluntad de Dios, manifestada en Cristo, renunciando a “la mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, y que es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal”. Ante la voluntad de Dios Padre podemos resignarnos con humildad, conformarnos con sinceridad, querer y desear lo que Dios quiera de nosotros, o amar amorosamente esa Voluntad como lo hizo Cristo, su Hijo muy Amado. Esta actitud conlleva ser fieles a Cristo, signo de contradicción frente al misterio de la libertad humana. Exige siempre un fondo sincero de disponibilidad incondicionada ante el designio divino “para andar de una manera digna del Señor, procurando serle grato en todo, dando frutos de toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios” (Col 1, 9-10), no teniendo miedo a ser y a aparecer como cristianos en la vida privada y en la pública. Esta es la grandeza de la vocación cristiana auténticamente vivida. Así el apóstol san Pablo dirá: “En toda ocasión y por todas partes, llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”. Esta vida es la inmortal que sigue a la muerte.
El verdadero mal para el hombre está en el vano intento de la autosuficiencia con que normalmente pretende planificar su vida a espaldas del amor de Dios creador y redentor. Negar esta realidad es el gran pecado en nuestros días, no permitiendo a Dios “que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero”. Nuestra misión en el tiempo no es posible marginando a Dios revelado en Cristo que encarna y personifica su misericordia, y que nos sostiene en medio de las tempestades.
Santiago, el amigo del Señor, no fue un testigo improvisado y nos transmite con su testimonio que si algo debe inquietarnos y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo y sin una comunidad de fe que los sostenga, dando sentido a su vida. Ante el desgaste espiritual que padecemos, “más que el temor a equivocarnos, espero, dice el Papa, que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos”.
O comportamento ético e moral na actitude de servizo aos demais ha de ser nosa referencia, sabendo que “a forma lograda do cristián é o máis belo de canto no ámbito humano poida darse”. O proceso de conversión capacita ao crente para configurarse con Cristo, “rostro da misericordia do Pai”, enviado para revelarnos de maneira definitiva o seu amor. Tampouco nós somos testemuñas improvisadas. Deus pensa en cada un de nós e quere que vivamos co sentimento dun corazón que se apiada e se compadece do mal que ve sufrir a outros. Fan falta persoas sensibles á necesidade dos demais, que se deixen conmover por ela, e que traten de remediala na medida das súas posibilidades, poñendo o corazón no que fan. O feito co que nos enfrontamos é o da miseria baixo todas as súas formas cuxa vítima é outro home, e que lle impide ser ditoso. A miseria non é só de formas exteriores e materiais, é tamén a ignorancia, o pecado, a impotencia para facer o ben e para harmonizar as diferenzas, achegando ideais e motivacións a un pluralismo, que se non ten referencias de unidade pervértese, e a unha convivencia que se non cultiva a solidariedade, a xustiza e a paz, non será humana quedando a mercé do poder nas súas múltiples formas.
Con confianza poño sobre o Altar, co Patrocinio do Apóstolo, a vosa ofrenda, Excma. Sra. Delegada Rexia, tendo en conta as intencións das Súas Maxestades e da Familia Real, dos nosos gobernantes estatais, autonómicos e locais, das nosas familias, e de todos os que formamos os distintos pobos de España, de xeito especial dos queridos fillos desta terra galega. Encomendo ao amigo do Señor esta querida Arquidiocese Compostelá para que estea sempre ao servizo da misericordia na nosa sociedade. Encomendo ao Señor coa intercesión do Apóstolo Santiago o fortalecemento da nosa vida cristiá, os cristiáns perseguidos, os refuxiados, as víctimas do terrorismo, a santificación e protección da familia. Pido tamén a axuda necesaria para Vosa Excelencia, Sra. Oferente, para a súa familia e os seus colaboradores e para todos nos para sexamos misericordiosos porque acadaremos a misericordia. Que Deus nos axude e o Apóstolo Santiago. Amén.